La Huaracina difícil de enamorar

 La Huaracina difícil de enamorar

Dedicado a la memoria de mi tia Paulina Rios, persona excepcional, apegada a la fe y a Dios, cuya presencia iluminaba incluso los rincones más oscuros. Sus acciones tejieron un tapiz de amor y comprensión en nuestra familia. Fuiste una figura que muchos consideraban una santa en vida, tu influencia se extiende más allá de las palabras y acciones. Que este relato sea un tributo humilde a la luz que fuiste en nuestras vidas y que sigues siendo en nuestros corazones.


La Huaracina difícil de enamorar

En la década de 1950, la ciudad de Huaraz, ubicada en el pintoresco corazón de los Andes peruanos, presentaba un escenario que parecía haberse detenido en el tiempo. Aunque la ciudad contaba con energía eléctrica en esa época, está aún no lograba abarcar todos los rincones de la ciudad, lo que confería a Huaraz un aire de encanto rústico. Las luces cálidas que brillaban en las noches contrastaban con la oscuridad de algunas calles, recordando a los residentes la persistente sombra de los desafíos pasados.

Uno de los eventos más trascendentales que había marcado la historia de Huaraz era el devastador aluvión que había azotado la ciudad en el año 1941. Aunque la ciudad estaba en proceso de recuperación, las huellas de la tragedia aún se percibían en las casas restauradas y en las conversaciones de los lugareños. Esta experiencia había forjado un espíritu de solidaridad entre los habitantes de Huaraz, quienes se apoyaban mutuamente para superar las adversidades y reconstruir sus vidas.

Las viviendas de adobe, con sus techos de tejas rojas, formaban un mosaico arquitectónico que dotaba a la ciudad de una personalidad única. Estas estructuras eran testigos silenciosos de generaciones de huaracinos que habían labrado sus vidas en torno a la agricultura y la ganadería. La tierra fértil que rodeaba la ciudad brindaba a sus habitantes la oportunidad de cosechar cultivos diversos y criar ganado en las verdes praderas que se extendían más allá de los límites urbanos. Esta estrecha conexión con la tierra se reflejaba en la identidad de la comunidad y en las festividades que celebraban en honor a los ciclos agrícolas.

Las relaciones entre los pobladores de Huaraz eran profundas y arraigadas. La vida en una ciudad donde todos se conocían creaba un sentido de camaradería y apoyo mutuo. Los vecinos compartían más que solo saludos en la calle; compartían historias, risas y preocupaciones. Las costumbres y tradiciones locales se transmitían de generación en generación, uniendo a la comunidad en torno a eventos festivos, ceremonias religiosas y actividades cotidianas. Las plazas y mercados eran puntos de encuentro donde los residentes intercambiaban productos, noticias y conversaciones animadas.

En ese entorno, vivía una joven que tenía una belleza que no pasaba desapercibida. Su piel era pálida y suave, su cabello negro formaba rizos naturales que enmarcaban su rostro de forma sencilla pero encantadora. Sus ojos color capulí tenían un brillo curioso y sus labios rosados se curvaban en una sonrisa genuina. Su forma de vestir reflejaba un estilo para la época sin complicaciones, pero cada prenda parecía caer en su lugar con gracia en su figura. No era solo su apariencia, sino también su actitud, lo que la hacía especial. 

Tenía 23 años, una edad en la que la vida se despliega como un lienzo lleno de posibilidades. A pesar de la juventud que fluía en sus venas, su corazón parecía resguardado detrás de un enigma impenetrable. Aunque los suspiros de los pretendientes eran como una sinfonía de halagos y galanterías, ninguno había logrado descifrar el código de su afecto.

En cada rincón de la ciudad, los jóvenes intercambiaban apuestas animadas sobre quién sería el osado capaz de derribar las murallas que rodeaban su corazón. En las esquinas, en las plazas y en las cantinas, el tema de conversación recurrente era la muchacha que había logrado resistir los encantos de innumerables admiradores y pretendientes de todas las clases sociales de la ciudad.

Era un desafío que despertaba no solo el interés de los hombres, sino también la curiosidad de las mujeres que observaban con admiración a esta joven que parecía tan segura de sí misma. Cada mirada furtiva, cada intento de acercamiento, era un recordatorio constante de que el amor podía ser un laberinto en el que incluso los más intrépidos se perdían.

Los días pasaban como las páginas de un libro lleno de interrogantes, y la muchacha seguía siendo el enigma que nadie lograba descifrar. Mientras los jóvenes continuaban con sus intentos y las apuestas se acumulaban, ella seguía su rutina como una melodía constante en medio de la paz de la ciudad.

Ella era un misterio que añadía un toque de emoción a la cotidianidad. Los días avanzaban, y mientras el sol teñía el horizonte de colores cálidos al atardecer, el desafío de ganarse su amor seguía siendo el objetivo que todos deseaban alcanzar en ese pequeño rincón de Huaraz.

Un día, mientras un grupo de muchachos conversaba en la esquina de la casa de la joven, un forastero hizo su entrada. Vestido con un traje negro impecable, el hombre destacaba por su elegancia y su aspecto extranjero. En los años 50, la elegancia masculina se definía por trajes bien cortados, sombreros y zapatos pulcramente lustrados, y este viajero encarnaba esa imagen refinada. Intrigados, los muchachos se preguntaban quién era y de dónde venía.

El desconocido se aproximó al grupo y, con curiosidad, inquirió sobre su conversación. Al enterarse de la historia de la joven esquiva, a la que nadie pudo enamorar, decidió apostar una bolsa de oro, contra nada, a que lograría conquistar su corazón. Pero con una condición: los jóvenes debían observar desde lejos, pues la dama se asustaría si veía a un grupo cerca.

Así comenzó el singular cortejo. El viajero se presentó a la joven en su esquina, y aunque ella quedó impresionada por su apariencia, mantuvo la puerta cerrada. Sin embargo, el forastero no se dio por vencido. Día tras día, cantaba canciones bajo la ventana de la muchacha, desplegando un abanico de gestos galantes y detalles que buscaban ganar su atención.

El singular cortejo era como una danza sutil en la que cada movimiento parecía cargar consigo una promesa de descubrimiento y posibilidad. El viajero, con una mezcla de determinación y una chispa de esperanza en sus ojos, se presentó en la esquina donde la joven vivía, como un actor que entra en el escenario de la vida de alguien más.

Ella, desde la discreción de su ventana, obserbaba con una mezcla de curiosidad y cautela. Su apariencia extranjera y elegante no podía pasar desapercibida, y aunque su impresión fue innegable, la joven no se permitió dejarse llevar fácilmente. Mantuvo la puerta cerrada como un símbolo de autodefensa, un escudo ante las incertezas que el forastero podría traer consigo.

Sin embargo, el viajero era tenaz. Con una guitarra en sus manos y una voz que transmitía emociones como una caricia musical, comenzó a cantar canciones que, de alguna manera, parecían habérsele ocurrido en ese momento. Las melodías flotaban en el aire, como un delicado hilo que conectaba sus corazones en medio de las distancias.

Día tras día, el ritual continuó. El viajero se convirtió en un rapsoda moderno, con versos que parecían hechos a medida para sus encuentros bajo la ventana. No solo se conformaba con canciones, sino que también realizaba pequeñas acciones que resonaban en el alma de la joven: una rosa dejada con cuidado en el alféizar de la ventana, un poema escrito a mano que se deslizaba por debajo de la puerta, gestos que parecían pinceladas cuidadosamente aplicadas en el lienzo de su historia compartida.

El cortejo se convirtió en un juego de encanto, una lenta y cautivadora conquista que ocurría no en un campo de batalla, sino en el corazón de una ciudad tranquila y en la vida de dos personas que, de alguna manera, comenzaban a tejer la trama de su propia narrativa. Cada nota, cada palabra, cada gesto era un hilo más en el tejido de esa relación incipiente.

Y aunque ella seguía resistiendo, cada día que pasaba era un pequeño paso hacia la rendición de sus defensas internas. A medida que las canciones del viajero se convertían en la banda sonora de sus pensamientos, la joven comenzó a descubrir que su corazón no era tan inalcanzable como había pensado. Había un encanto en la perseverancia del viajero y una magia en el fluir constante de su atención.

Pasaron los días, y en medio de las melodías que el viajero tejía bajo su ventana, los muros que habían protegido el corazón de la joven comenzaron a erosionarse; y, finalmente, la muchacha cedió. Abrió la puerta y permitió que el viajero entrara en su mundo. Aquel día pareció un punto de inflexión en la historia que estaban construyendo. Los muchachos que habían observado el progreso con apuestas, risas, burlas y asombro no pudieron evitar sentir un dejo de incredulidad y decepción ante la realidad de lo que estaban presenciando.

La habitación se llenó de una presencia nueva, una sensación de expectativa que parecía colgar en el aire. Pero lo que quizás los observadores no sabían era que esa relación que comenzaba a florecer estaba teñida de una complejidad inesperada. A medida que el viajero y la joven compartían conversaciones y momentos, una dualidad en el corazón de la muchacha comenzó a emerger.

La joven se encontraba en un equilibrio frágil entre la atracción que sentía hacia el viajero y un miedo latente que se agazapaba en lo profundo de su ser. Cada vez que sus miradas se encontraban y sus voces se entrelazaban, una sombra oscura parecía deslizarse por un rincón de su corazón. Ese miedo, indefinible y casi irracional, era como un visitante inesperado en medio de una conversación amena. Se posaba como una nube de tormenta que amenazaba con apagar la luz de lo que estaba naciendo entre ellos.

Era como si su corazón estuviera dividido entre dos fuerzas opuestas: el deseo de dejarse llevar por la corriente que la llevaba hacia el viajero y el instinto de protección que la hacía retroceder ante lo desconocido. Cada gesto amable, cada risa compartida, se acompañaba de una sombra fugaz de ansiedad que nublaba la pureza del momento. Era un conflicto interno que la joven luchaba por entender, una lucha que se libraba en silencio mientras el cortejo continuaba su curso. Sentía una atracción grande hacia el viajero, pero también un miedo profundo. Había comenzado a experimentar una sensación de inquietud y misterio en su presencia.

El forastero, a pesar de los momentos compartidos y las conversaciones profundas, tenía una costumbre perturbadora: siempre se despedía con apuro antes de que el manto oscuro de la noche cayera sobre Huaraz. Cada atardecer, sin falta, encontraba excusas para partir, dejando a la joven con un nudo de sospecha y preocupación que crecía en su interior.

La intuición de la muchacha se agudizaba a medida que los días pasaban y el enigma del viajero se volvía más desconcertante. Su corazón, que al principio había sido receptivo y curioso, ahora latía con una mezcla de intriga y desconfianza. Cada vez que el forastero se preparaba para partir, ella sentía como si algo vital estuviera escapándose de su alcance, como si él llevara consigo algo más oscuro de lo que estaba dispuesto a revelar.

Finalmente, un día la joven decidió poner fin a la incertidumbre, con una astucia decidida, había encendido las luces en su hogar. Quería asegurarse de que, cuando el viajero ingresara y el sol se ocultara por el horizonte, las sombras de la noche se mantuvieran ocultas bajo la luz artificial. Así sucedió, aquella tarde el viajero ingresó y las luces se encontraban convenientemente encendidas. La joven con argucias logró retener al viajero en una conversación que parecía interminable. Mientras el sol se hundía en el horizonte y el crepúsculo comenzaba a envolver la ciudad, mantuvo sus palabras fluyendo con ingenio y encanto, evitando cualquier oportunidad para que él se diera cuenta de que estaba anocheciendo y se despidiera.

El tiempo pasó; y, finalmente, mientras el viajero permanecía en la conversación, la oscuridad reclamó la ciudad. En ese momento la joven mirando al viajero con determinación, le preguntó con voz firme: «¿Podemos apagar la luz?» En ese instante, mientras el viajero procesaba la solicitud de la joven, su mirada se desvió del rostro de ella hacia el paisaje que tenía detrás. Una oscuridad profunda y densa se había apoderado de la ventana, y la luz del día ya se había desvanecido por completo. Sus ojos se ampliaron ligeramente, y sintió una punzada de sorpresa al darse cuenta de que la noche había caído sin previo aviso.

Un destello de incertidumbre cruzó su expresión cuando se volvió a mirar a la joven. Sus cejas se fruncieron ligeramente, y su respuesta fue acompañada de una tensión apenas perceptible en su voz. «No creo que sea necesario apagarla. Estamos bien así.»

Sin embargo, a medida que pronunciaba esas palabras, el viajero parecía inquieto, como si estuviera consciente de que había perdido la oportunidad de escapar antes de que la noche lo envolviera por completo. En ese instante, se puso de pie, su movimiento rápido y decidido, y sus ojos parecían buscar una salida en la habitación. La escena parecía detenerse por un instante mientras el viajero se dirigía a la puerta con una urgencia que no podía ocultar. La joven, observando su reacción, se encontraba en un momento crucial: seguir adelante o dejar que el enigma del viajero se desvanezca en la penumbra.

La muchacha notó la negativa en su tono y la desesperación en su mirada. Aquella respuesta había revelado un rasgo inesperado en el hombre que había estado cantando bajo su ventana y tejiendo sueños compartidos. Aunque intrigada por su reacción, no estaba dispuesta a ceder, así que, rápidamente con una chispa de desafío en sus ojos, alcanzó el interruptor y apagó la luz por sí misma.

El ambiente se sumió en una oscuridad profunda, solo interrumpida por el resplandor de la luna que se colaba por la ventana entreabierta. La muchacha giró, sintiendo la aceleración de su corazón mientras esa fracción de segundo parecía alargarse en tensión. Y entonces, en medio de esa penumbra, vio algo que la hizo dar un paso atrás con un grito ahogado.

Ante ella, el viajero se había convertido en el mismísimo diablo y emergió como un espectro de sombras. La oscuridad parecía converger a su alrededor, y sus ojos ardían con una intensidad siniestra. La joven sintió un escalofrío recorrer su espalda, desesperada y muerta de miedo y de terror comenzó a hacer cruces en el aire con las manos y a gritar lo más fuerte posible.

El diablo pareció estremecerse ante la fe de la joven. Una nube de humo oscuro comenzó a envolverlo, y sus contornos comenzaron a desvanecerse en la nada. La joven continuó gritando con fuerza y a santiguarse repetidamente, su voz resonaba en la habitación como un conjuro de protección.

Y entonces, en un estallido final, el diablo mismo empezó a sucumbir. Una llamarada de humo y sombras que surgió de la nada se lo tragó, una explosión que resonó en la habitación como un trueno aterrador. La muchacha quedó jadeante, su corazón aun latiendo con la fuerza de una tormenta en su pecho. Sintió un vértigo abrumador, y antes de que pudiera recuperarse de lo ocurrido, el cansancio y la agitación la vencieron y se desmayó.

Los muchachos, alertados por los gritos que resonaron como un eco inquietante por las angostas calles de Huaraz, llegaron corriendo hacia el epicentro del alboroto donde encontraron a la muchacha en el suelo en un ambiente que olía a azufre intensamente. Su figura delicada era un contraste impactante con la contundencia del evento que había tenido lugar. Con ojos atónitos y labios temblorosos, la muchacha recuperó la conciencia y, entre suspiros entrecortados, comenzó a relatar lo que había experimentado.

A pesar de su angustia, la joven tuvo el instinto de solicitar a los muchachos que guardaran silencio sobre lo que habían escuchado y presenciado. Su petición fue un susurro urgente, como si temiera que el acto de nombrar lo ocurrido pudiera desencadenar fuerzas más allá de su comprensión. Los muchachos asintieron solemnemente, compartiendo en sus miradas el entendimiento de que este era un capítulo de la historia que debía permanecer oculto.

Movidos por la preocupación y el deseo de brindar apoyo, los muchachos acompañaron a la joven hasta la iglesia. Al cruzar el umbral del recinto, la atmósfera sagrada parecía abrazarla, y la mirada benevolente de los santos tallados en madera concedían un alivio silencioso a su alma agitada. Dentro de las paredes de piedra centenarias, la muchacha encontró un refugio temporal para sus pensamientos tumultuosos.

Como dice el antiguo adagio, «Pueblo chico, infierno grande», los días siguientes estuvieron marcados por la inevitable propagación de los acontecimientos extraordinarios. La noticia se extendió como un incendio, y la ciudad fue testigo de cómo el evento se tejía en la narrativa cotidiana. La charla y la especulación se convirtieron en una parte integral de la vida en Huaraz.

Dentro de este caleidoscopio de voces y puntos de vista, surgieron interpretaciones diversas del evento. Algunos se aferraron a la idea de que esto era un recordatorio divino sobre la trampa de dejarse llevar por las apariencias, una advertencia de que la superficie de las cosas rara vez refleja su verdadera naturaleza. Otros, en un tono más oscuro, especulaban sobre la figura del viajero, sosteniendo que su elegancia y encanto podrían ser simples disfraces detrás de los cuales se ocultaban secretos oscuros y perturbadores. Sea cual fuera la interpretación, la historia de la joven y el viajero dejó una marca en la memoria colectiva de Huaraz. Un testimonio tangible de cómo el amor y el misterio a menudo se entrelazan, creando una danza compleja que desafía nuestras percepciones. En la encrucijada entre la luz y la oscuridad, la fe y el coraje emergieron como aliados poderosos, recordándonos que, en última instancia, nuestra respuesta ante lo desconocido puede moldear el rumbo de nuestra vida.

Fin

Autor: José Yzaguirre Figueroa.


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    Jose Yzaguirre Figueroa

    Apasionado por la literatura, ha escrito varios cuentos que fusionan realismo mágico, misterio y drama, donde lo sobrenatural se mezcla con lo cotidiano. También se desempeña como Director General de la página web Portal Huaraz, cuya misión es contribuir al crecimiento, desarrollo y fortalecimiento de la Ciudad de Huaraz y el Callejón de Huaylas. En este rol, promueve y difunde el patrimonio, las tradiciones, las leyendas e historias en todas sus dimensiones y expresiones.Especialista en Análisis de Datos, reconocido como Microsoft Active Professional (MAP) por Microsoft Perú, con una sólida trayectoria en el ámbito tecnológico y amplia experiencia como desarrollador web. Especialista en Marketing Digital, liderando numerosos proyectos que han impulsado el crecimiento y la eficiencia empresarial a través de AC Global Soluciones, de la cual es su fundador y CEO Principal. Es autor de diversos artículos que son publicados en diversos medios electrónicos.

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