La Flor de Guaggancco – Leyenda sobre la fundación de la ciudad de Huari

 La Flor de Guaggancco – Leyenda sobre la fundación de la ciudad de Huari

Conoce la extraordinaria leyenda sobre la fundación de la ciudad de Huari y el papel que desarrolla la flor del Guaggancco, en la vida de los hermanos Huarin. Escrito por Justo Fernández.

La flor de guaggancco

La ciudad de Huari, capital de la provincia de este nombre, es una ciudad acogedora, grata y hospitalaria, no obstante, su situación geográfica inapropiada y los pocos recursos naturales con que cuenta para su propia subsistencia. Se halla ubicada en una planicie relativamente reducida, limitada por un profundo barranco, altos cerros que van a unirse a pocas leguas a la elevada Cordillera Blanca y una quebrada honda por donde corre el río Huayuchaca uno de los afluentes del Puchka que es a su vez afluente del Marañón.

Su primitivo nombre histórico fue el de Santo Domingo de Huari del Rey, pero de su fundación que debió ser en los comienzos de la Colonia. No se tiene ninguna referencia histórica, sólo una leyenda que se mantiene revivicente; que explica cómo se fundó esta ciudad y cómo, a pesar de su inapropiado lugar, continúa siendo ciudad atractiva y grata para vecinos y visitantes que a tan distante lugar llegan.

             Dice la leyenda que en la región que comprende hoy la ciudad de Huari y los caseríos de Yacya, Acopalca y circunvecinos, estaba establecido el cacicazgo de los hermanos Huarín.

            Juan Huarín, lo administraba en calidad de Jefe, junto a María Jiray y María Rupay, todos ellos ganados por la cristiandad, devotos de todos los santos revelados y convencidos de la bondad del Señor, a cuyas gracias reconocían las excelencias de sus dominios, ya que en ellos era donde mejor reverdecían los pastos y sus rebaños aumentaban más notoriamente.

            Debido a ello, no dejaban de ser los más decididos propiciadores de la fe cristiana y los más celosos cumplidores de las recomendaciones de los misioneros aunque no por ello habían logrado decidirse a la edificación de una Capilla más por discrepancias respecto al lugar donde deberían edificarla que por falta de devoción, por lo mismo que cada uno de los hermanos tenían sus secciones señaladas y cada cual la quería para su pertenencia. Y en estas discusiones iban pasando buen tiempo. Hasta que llegó cierto día en que un inexplicable hallazgo les obligó a decidir la cuestión.

          Durante un recorrido en que hacían los tres hermanos por los plácidos campos de sus dominios, inspeccionando sus sembríos y pastizales por donde discurrían las manadas trashumantes de mansedumbre y sosiego animando con su triscar el ambiente sereno y suave de las alturas, al llegar a una ligera quebrada de pronto se habían encontrado con la figura de una mujer que tenía un niño en brazos, recostada sobre una breve peña que la ocultaba en parte.

          La presencia de la figura que al principio los había hecho detenerse y sobrecogerse de temor hasta el punto de casi causarles pánico, instantes después, les había llamado a curiosidad y acercándose sigilosamente al lugar, se maravillaron con el hallazgo. Una hermosa imagen de la Virgen había sido la rara figura que los había sorprendido en medio de la soledad y el desierto.

          Llenos de cristiana emoción y fervor religioso, los hermanos Huarín, después de cumplir con las reverencias a la Virgen y de elevar su gratitud al Todopoderoso por la gracia que les concedía, corrieron a los distintos puntos de la estancia para anunciar de la buena nueva y reuniendo a todo el cacicazgo, les expresó de la necesidad urgente de construir una Iglesia para instalar a la Virgen aparecida.

          El entusiasmo de la población fue general, pero no bien decidida la obra surgió el viejo problema de cuál debía ser el lugar donde debería edificarse el templo, si en la circunscripción perteneciente a Juan o en la de María Jiray o en la de María Rupay, pues todos ellos, reclamaban el mismo derecho y como ninguno de ellos quisiera atender a las razones del otro, decidieron al fin entregar la solución a una justa competencia edificadora de los tres hermanos que llevarían a cabo en sus respectivas pertenencias y el que terminase primero su obra con las debidas condiciones, sería el triunfante y alrededor de ella se edificaría la ciudad con el nombre de Huarín, que andando el tiempo se conocería más por el de Huari.

           Acordada la competencia, los tres hermanos acudieron con sus respectivas poblaciones a la tarea ansiada, Juan tenía casi la seguridad de que él ganaría a sus hermanas, tanto porque contaba con mejores lugares en su jurisdicción como por tener mayor número de brazos disponibles que le permitirían sacar adelante su obra, teniendo por descontada a su hermana María Jiray por cuanto ésta no tenía en sus dominios lugar aparente para fundar una ciudad, condición fundamental para asegurar la bondad del proyecto.

            Empeñados en la obra, Juan inició su fábrica en el lugar denominado Yacya, lugar plano y pintoresco, María Rupay en Acopalca, también lugar propicio y de hermosa perspectiva y María Jiray en el lugar que hoy ocupa la ciudad de Huari, lugar quebrado y difícil, tanto más cuanto parte de su terreno está cruzado de resquebrajaduras que da la impresión de lentos deslizamientos de su suelo.

Los tres hermanos desarrollaron una gran actividad siguiendo casi un mismo grado de adelanto en sus obras sin poder predecirse al cabo de las dos primeras semanas cuál de ellas podría terminarse primero. Pero al terminar la tercera semana cuando a Juan no le quedaba ya sino por ultimar un residuo claro del techado y colocar las cruces en las torres, María Jiray se presentó a Yacya rebosante de alegría y satisfacción, exclamando: Hermano he terminado mi obra y creo que tengo el derecho de conducir la Virgen a mi Iglesia.

           Juan que tenía argumentación a favor para el caso de que María Jiray saliese primero no se desconcertó con la noticia, e incontinente le respondió:

           -¡¿Si hermana?! Pero tienes que convenir en que el lugar que has elegido para tu templo y la ciudad, no es aparente. Bien sabes que aquel lugar no tiene terreno suficiente para el establecimiento de nuestro pueblo, ni agua de que servirse, ni seguridad siquiera de que ese suelo permanezca firme. Tiempos vendrían en que los habitantes lo abandonarían por sus incomodidades y nuestra Virgen no podría permanecer en el templo que le has hecho construir. Creo que tienes que aceptar que mi Iglesia sea el templo elegido ya que quedará terminada mañana y el lugar en que está ubicada reúne todas las condiciones para centro de nuestros dominios.

             María Jiray, que escuchó tranquila las razones de su hermano al punto le replicó con gran serenidad y llena de optimismo.

             -Es verdad -le dijo-, pero te diré que yo he previsto todo lo que me haces notar. Y ninguno de los defectos que me adviertes será problema para mi pueblo. He colocado en las cuatro esquinas de la plaza un pisco (Vasija cónica de arcilla de regular tamaño para depositar chicha) con flores de guaggancco y cualquiera que llegue a mi pueblo “sino se queda se irá llorando”.

            – Y respecto al agua, te diré también, que con motivo de amenazar a mi pueblo por el propósito que tuvieron de extraer el cadáver de mija que la sepulté bajo de una de las torres, solté parte de las aguas de la laguna, advirtiéndoles de que si intentasen en su objeto les echaría todas las aguas de esta laguna, dejándoles como muestra de mi poder un hilo de agua que a su entrada al lugar forma una hermosa «paccha», (chorro de agua) la que abastecerá a todo el consumo que sea menester en cualquier tiempo.

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             De manera, hermano, no tienes nada que objetarme, mi pueblo tiene todas las seguridades y ha de ser el preferido y el más acogedor de la comarca.

               Juan que entre admirado y apenado había escuchado las declaraciones de su ingeniosa hermana, no tuvo menos que aceptar su triunfo y ordenar a su pueblo que acompañasen en el traslado de la Virgen al templo expedito y disponer conforme al acuerdo de que todos los pobladores de sus dominios fuesen a establecerse en torno del templo.

              La colocación de la Virgen aparecida, la Virgen del Rosario, patrona hoy de Huari, revistió un gran acontecimiento. Toda la población Huarín después de cumplir el acto de la colocación se entregó a un jubileo sin límites entre danzas y bebidas, espléndidamente atendida por María Jiray, quien para mantener ese entusiasmo había también realizado otro milagro, el de hacer que un sólo cántaro abastezca la cantidad suficiente de chicha para toda la fiesta.

            María Jiray durante el acontecimiento se había sentido felicísima viendo cumplido su propósito, pero una duda vino al cabo a inquietarla, la de si más tarde, olvidando su pueblo de su justo triunfo o hallando sus flores de guaggancco y destruyéndolas, burlarían su propósito y cambiarían de lugar a su ciudad fundada. Y no pudiendo resistir a esta duda, pasadas las horas del jolgorio, se púso a meditar, en la manera en que aseguraría la perennidad de su obra, pasándose toda esa noche en vela, hasta que al fin encontró la solución.

           Muy de mañana y bien ataviada con sus mejores prendas, acudió al templo y se arrodilló humildemente ante la Virgen encomendando el destino de su pueblo, y una vez cumplido este acto, reunió a toda la gente y les pidió que le acompañasen a la laguna de Bombón a donde iba a cumplir su última obra, sin hacerles concebir la menor idea de su intención

           Llegado al borde de la laguna, seguida de un numeroso pueblo que silencioso y obediente había acatado su orden, volviéndose, de pronto a la multitud que sorprendida se detuvo, y tomando la actitud de una profetisa, les dijo;

            Sé que de mi pueblo saldrán algunos contrarios a mi voluntad, que pretenderán trasladar a la Virgen y a la ciudad, pero yo les anuncio de que antes de que así lo hicieren habré echado todas estas aguas sobre el pueblo sin que nada les pueda librar, pero si vosotros, y los hijos de vosotros, permanecieren fieles a mi voluntad, yo velaré por Huari y estaré lista a anunciarles de cualquier azote que estuviere a caer sobre vosotros. Esta es mi última obra. Y diciendo estas últimas palabras, rápidamente se volvió hacia la laguna y antes de que sus acompañantes pudieran reponerse de su impresión, María Jiray se precipitó a las aguas desapareciendo rápidamente bajo el hondo caudal ante los ojos absortos de todos los concurrentes.

            La obra había sido cumplida y toda la población de Huari, hondamente impresionada retornó silenciosa al templo, repitiendo mentalmente las palabras de María Jiray, para hacer después conseja en sus hijos la voluntad de la fundadora de la ciudad, y que andando el tiempo cobraría aún más realce, viendo cumplirse el secreto de María Jiray de que quien llega a Huari… si no se queda se va llorando.

La Flor de Guaggancco, escrita por: Justo Fernández


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