El encantamiento de la Laguna de Purhuay
A dos leguas de la ciudad de Huari y a poca distancia del lado sur del camino que va a Chacas, se distingue una hermosa y reluciente laguna conocida con el nombre de Purhuay. La forma que ofrece a primera vista es la de una mujer echada sobre el grisáceo campo rodeado de cerros donde parece estar descansando en apacible sueño. Los ojos de quien la contempla no pueden disimular la sugestión que ofrece de un verdadero encantamiento, y la leyenda que de ella se cuenta no deja también de maravillar.
Se cuenta que en esa laguna, se tiene la singular creencia de que sólo en esas proximidades nace una flor bellísima y rara, la flor de guagganco; que sólo aparece para cada 1° de mayo, y que las jóvenes solteras de la región, reconociendo en ella la flor de la felicidad o de la fortuna, todos los años, en esa fecha, van en busca de la preciada flor, que por rara coincidencia sólo es una la que la encuentra, la que indefectiblemente, en el curso del año recibirá el premio de la buena suerte, la felicidad o la fortuna.
La leyenda que de ella se cuenta, dice que hace muchísimos años, vivía una modesta familia de numerosos hijos, cuyo padre que se dedicaba al negocio de leña, difícilmente los podía sostener, y que para lograr sus pequeños recursos, empeñoso trabajo tenía que realizar. Pasaba el mayor de su tiempo en las vecindades de la laguna donde muchas veces agotado por la dura labor caía desfalleciente, y sin poder ya retornar a su casa, tenía que pasar en esas mismas vecindades largas y frías noches.
La vida del pobre leñador tan dura como miserable mucho llamaba a compasión, pero eran muy pocos los que acudían en su socorro.
En cierto tiempo, enfermó gravemente uno de sus menores hijos, el padre en vano solicitó un préstamo de unos cuantos centavos para comprarle algo para abrigar al enfermito que se sacudía de frío bajo un deshilachado camisón que le cubría apenas su macilento cuerpecito. Su desesperación fue grande que, precipitadamente se marchó a la laguna en busca de un poco de leña para traer a la población y con su expendio adquirir lo que no le era posible conseguir a cuenta de sus leños.
Su llegada al lugar de aprovisionamiento fue de una agitada búsqueda. Pero ¡grande desgracia! parecía que para esa tarde hasta los leños habían desaparecido. Por todas partes buscó, y caída la noche, no había reunido ni siquiera un tercio.
Desconsolado y triste el leñador se acercó entonces a la orilla de la laguna y tomando unas hojas de coca de su casi vacío huallqui (2), se sentó a la misma vera de la laguna y se puso a chacchar (3) para saber de su coca la suerte que esperaba a su pobre hijo.
Pero, ¡extraño anuncio! Su coca, lejos de serle amarga e insoportable como la esperaba, le supo agradable y dulce. ¿Que podía ser? La mejoría del enfermo, pensó pronto el leñador, y tranquilo siguió katipando (4) Pero, nueva sorpresa le llenó de honda duda. Su coca le anunciaba luego, grande alegría para su hogar y un viaje largo para él. Esta revelación ya no pudo creerla. Estaba tan convencido de que su suerte no podía ser sino la de la miseria y que para él no podía haber más viaje que el que acostumbraba a hacer a la laguna, que no pudo pensar que su coca le estaba engañando, aunque esto tampoco le era creible. Y en la duda y el dolor, aunque saboreando la dulzura de su coca, a la vera de la laguna, sobre el suave y mullido borde fue quedándose profundamente dormido.
No habría descansado muchas horas cuando un inusitado rumor lo despertó súbitamente encontrándose desconcertado ante la presencia de una extraña mujer que acudía a él muy solícita. El leñador, al creer estar ante un fantasma, trató de incorporarse para emprender su huida, pero la extraña mujer, le acarició y le habló muy dulcemente, diciéndole que venía en su socorro y que no tuviese desconfianza de ella. Mas como el leñador pretendiese siempre librarse de su presencia, la desconocida mujer le tomó luego de un brazo y le dijo que iba pronto a convencerse de que venía en su auxilio, lo arrastró rápido aguas adentro sin que el leñador tuviese tiempo para hacer la menor resistencia.
Arrastrado así a la laguna, no bien pisó la misma orilla húmeda, con gran extrañeza, se vio bajar por una hermosa escalinata de mármol llevado por la bellísima joven, la cual iba haciendo flotar un riquísimo y alado vestido blanco.
Llegado al final de la escalinata, un lujoso palacio se descubrió ante sus ojos. Estaba deshabitado y silencioso pero cuidado y alegre por todas partes. Ante él se detuvo de pronto la misteriosa joven y tomó luego de un lugar que no tuvo tiempo de ver el leñador, una pesada bolsa, la cual le puso en las manos, diciéndole que ese era el regalo que le tenía reservado para alivio de sus padecimientos y trabajos, pero le pidió que jamás le contara a nadie.
Y lo tomó nuevamente del brazo por la misma escalinata y le hizo subir hasta la entrada, donde de pronto se encontró sobre la misma orilla, solo y con un pesado talego en una de las manos.
Anonadado con los ojos desmesuradamente abiertos, pensó por un momento estar despertando de un maravilloso sueño. Pero ¡increíble realidad!, el pesado talego que tenía en una de sus manos y que tocó luego comprobando la existencia de cuantiosas monedas, le confirmaba que todo aquello no habría sido sino verdad. Sin embargo, pensó todavía que acaso duraba su sueño y no satisfecho de su clara conciencia miró a los altos cerros y divisó a todo lo extenso del llano, reconociendo cuanto le era conocido y familiar a pesar de la noche.
No quiso entonces dudar más, y aunque la presencia del talego y el recuerdo de la joven bellísima lo confundía grandemente, se echó a andar en dirección al pueblo, donde encontró a todos sus menores hijos recogidos todavía en profundo sueño y a su esposa al lado del enfermito velando sus interrumpidos descansos.
Su llegada al hogar lo tranquilizó al fin de todos sus temores, y no pudiendo guardar el recomendado secreto que había recibido, le contó a su esposa, punto por punto de cuánto le había sucedido sin pensar que acaso alguna vez su mujer pudiese referir de la fortuna obtenida a alguna indiscreta amiga que luego haría saber a todo el pueblo.
Satisfecha sus necesidades con esa fortuna, sano el enfermo, se dice que el leñador cambió luego su antigua ocupación por la de un pequeño comercio, pensando no volver más por el lugar del encantamiento. Pero he aquí que llegó un tiempo en que no tuvo leños en su hogar ni pudo conseguirlo en ninguna parte, y no pudiendo procurárselos en ninguna forma, se vio en la necesidad de acudir en persona a procurarse estos elementos a las vecindades de la laguna, único lugar donde podía hallarlos.
Y fue entonces, cuenta la leyenda, que el afortunado leñador no retornó jamás al pueblo ni fue hallado en parte alguna por su atribulada esposa, envolviéndolo todo el más inexplicable misterio.
Los vecinos de Huari que no olvidan este suceso, aseguran que la bella mujer, le habría encantado bajo la laguna por no haber cumplido con lo que le pidió, y como en ciertas noches, dicen que puede escucharse extraños y dolientes quejas en esas vecindades, se la atribuyen al leñador encantado, juzgan de que, en el fondo de la laguna, en los dominios de la bella encantada, permanece aún el leñador cumpliendo su inexorable pena.
A ese suceso se suma el hecho de la aparición de la hermosa y rara flor de guagganco, la flor de la dicha o de la fortuna, la que sólo aparece en esas proximidades para cada 1° de Mayo. Todos los vecinos de huari y de las poblaciones inmediatas, tienen la certeza de que en la laguna de Purhuay hay un encantamiento y de que es la misteriosa moradora la que ofrece la bella flor de guagganco, la que todos los años, el 1° de Mayo, las jóvenes solteras la buscan ansiosamente en procura de la felicidad o de la buena suerte.
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Escrito por Justo Fernández Cuenca
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