Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (sexta entrega)

 Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (sexta entrega)

Continuamos con la sexta entrega del cuento del cuento “Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte”, gracias a la cortesía de su autor David Palacios Valverde

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Sexta entrega

El viejo, algo cansado pidió que lo llevaran a su habitación, pues, la comida, los recuerdos, las historias y las muestras de cariño y arte de toda su prole, le habían generado un ligero agotamiento físico y mental.

          Así que nuevamente se produjo un gran movimiento para poder desplazar al anciano que se retiró acompañado de sus hijos y algunos nietos.

          La lluvia había pasado completamente y comenzaba a escampar en un agosto al cual el sol regresaba a esas horas de la tarde, dejando distinguir incluso un tenue arco iris en la distancia.

          La muerte nuevamente ocupó su posición en el mueble de tela y apoya brazos de madera, casi frente a Desiderio, invisible para todos los demás, pero muy presente para el viejo, que de rato en rato le daba una mirada como para asegurarse que esa especial noche no le fuera a fallar, como había ocurrido alrededor de una docena de ocasiones.

          La muerte se sentía impaciente, esperando beberse al fin ese trago que le había demorado más de un siglo de espera y que se había burlado de ella, aun cuando varias veces estuvieron frente a frente y pudieron mirarse directamente a los ojos que encerraban terror y ansias.

          Había esperado más de treinta y seis mil días desde aquella tarde en que ya cercana a tomar su presa, había tenido que fugar ante los disparos del Maúser de Adrián Alegre, cuyo fantasma una vez más estaba en la habitación, acompañando a su hijo en su transe final.

          Durante miles de años había tenido gran precisión para conocer cuál era la mala hora de cada hombre; pero con este anciano centenario había fallado en varias oportunidades y se le había escabullido en otras tantas; asi que esta era la ocasión definitiva; más aún si ahora había sido invocada por el propio Desiderio.

          Había caminado el mundo en la oscuridad y soledad llevando con su presencia llanto y dolor: prefería las pestes; guerras y hambrunas; desastres naturales y pandemias y si bien sabía que la humanidad entera la odiaba y le temía, en el fondo de su ser guardaba una honda tristeza; especialmente cuando tenía que ir por los más pequeños: entonces lloraba en silencio y maldecía el hado ineludible de su existencia.              

          Embebida en esos pensamientos fue sorprendida por el ruido de la risa estridente de los presentes en la habitación de Desiderio, que celebraban algún chiste que el anciano había dicho. Ella, cada vez más impaciente comenzaba a golpear con los dedos de su huesuda mano la madera de la silla que no estaba dispuesta a dejar hasta la hora de su ataque final.

          Recordó entonces como era que en medio de un fuego cruzado en una zona de guerra en el Ecuador hacía ochenta años, mientras abrazaba a soldados peruanos y ecuatorianos alcanzó a reconocer al joven que unos días atrás había perdido en el aluvión en Huaraz. Incrédula se había acercado a él para reconocerlo.

          A las pocas horas de haber llegado a Ecuador, Desiderio ya estaba en un campo de batalla muy diferente a lo que le habían descrito los veteranos quienes pensaban seguramente que ya solo faltaba la estocada final, pero esa precisamente parecía ser la última línea de defensa del ejército ecuatoriano, que no se replegaba y más bien parecía estar preparado para resistir a sangre y fuego.

          Desiderio había encontrado en el grupo de soldados que se quedaban aun, ya que justamente su patrulla reemplazó a otra que se retiraba con muchas bajas y heridos, a sus primos Pompeyo y Columbo que también se habían sumado al glorioso ejército algunos meses atrás cuando la “leva” había pasado por Pampas, buscando jóvenes patriotas para defender al país.

          Casi no los había reconocido por la cara enjuta y sucia de tierra de las trincheras, el casco que les cubría hasta las cejas y la permanente actitud de alerta. Pero cuando oyó un silbido con el que se comunicaban en la adolescencia, reconoció sin lugar a duda que eran ellos, y les correspondió con el silbido que le tocaba y que era una especie de clave secreta que solo ellos tres conocían.

          Los tres soldados se abrazaron y lloraron de tristeza por encontrarse en esa dramática situación, de la cual tal vez alguno o todos no regresarían, lloraron de alegría por el reencuentro, pues pensaban que Desiderio estaba en la cárcel de Huaraz, y no alcanzaban a explicarse como de pronto aparecía en la zona de guerra para cubrirles las espaldas.

          Esa noche mientras hacían guardia, Desiderio les contó de su historia, de cómo fueron sorprendidos por el aluvión que ahora se sabía había significado la vida de ocho mil personas, de cómo había logrado burlar a la muerte sobre el tronco de un eucalipto, sobre cómo había ayudado a decenas de heridos y personas que buscaban el cuerpo de sus familiares, sobre su encuentro con el Presidente Prado… mientras iba hablando, se percataron que un grupo de soldados se había congregado alrededor de ellos, escuchando la fantástica historia del recién llegado, relato que para muchos representaba la esperanza de poder salir con vida de ese campo de batalla.

          Aquella madrugada Desiderio logró dormir de corrido y sin soñar. Era como si el cansancio acumulado desde la mañana del aluvión en que había despertado por los desesperados gritos que indicaban un ataque de los japoneses, por fin lo hubiera derrotado.

          Sin embargo, cuando ya comenzaba a amanecer, un estruendo ensordecedor lo sacó de ese plácido descanso, era una explosión a pocos metros de su posición y a los pocos segundos unas ráfagas de metralla comenzaron a escucharse en la lejanía, pero con un ritmo constante, como si se estuviera acercando.

          Todos los soldados se parapetaron en las trincheras en las cuales habían dormido y algunos de ellos habían celebrado la navidad. Todavía podía apreciarse algunas botellas de licor que habían libado para conmemorar esa fecha o para alegrar al corazón, librándolo del peso de la memoria y la nostalgia.

          Comenzaron a disparar a un enemigo invisible que tenía como aliados a la oscuridad de la noche que aún no terminaba, a una ligera neblina y algo de humo producido por algún artefacto bélico. El capitán Martín Pérez ordenó fuego a discreción para tratar de frenar un avance militar que se evidenciaba por los disparos en contra, que cada vez venían en mayor cantidad y de toda dirección.

          Al cabo de algunos minutos se comenzaron a oír voces y hasta ladridos de perros, mientras las explosiones cercanas se hacían más intensas. Metros a la derecha el grito desesperado de un compatriota evidenciaba que ya estaban al alcance de las balas enemigas, y el reguero de sangre fue avanzando a medida que las balas parecían pasar silbando por los oídos de los soldados peruanos.

          Fue una arremetida con todas las fuerzas de la resistencia ecuatoriana, pero de la cual la historia no tiene registros, por lo sorpresiva y focalizada en las trincheras que eran celosamente custodiadas por la patrulla “Huascarán”, compuesta en su mayoría por jóvenes ancashinos que dejaron su sangre defendiendo a la patria.

          Además, se trataba de una zona que para los negociadores que en ese momento estaban en Brasil, se encontraba completamente desmilitarizada, por lo que no hay registros de ese amanecer luctuoso en que más de una veintena de peruanos perdieran la vida.

          Al repeler el ataque también generaron bajas en el bando enemigo, pero la diferencia numérica era evidente. Sin embargo, el capitán Pérez que comandaba la patrulla daba indicaciones pidiendo que resistan, ya que los refuerzos se encontraban cerca.

— Aguanten un poco más, ¡carajo!, ya llegan dos patrullas, están cerca. ¡Resistan peruanos, por Bolognesi! …- se le escuchaba gritar desesperadamente hasta perder la voz.

Desiderio desde su puesto de combate luchó con una bravura y coraje que ni él mismo reconocía. Disparaba, ayudaba a los heridos, daba arengas asumiendo un rol de líder que luego se quedaría como parte inherente en su temperamento.

También le tocó pasar su mano por el rostro de algunos compañeros que no resistieron y se desangraron en el mismo campo de batalla, para así cerrarles los ojos y no se quedaran viendo que todavía continuaba el dolor y la muerte, la que a sus anchas se paseaba abrazando a cada uno de los caídos.

Fue entonces que escuchó el grito desesperado de su primo Columbo que había recibido un disparo en el muslo derecho y el brote de sangre era incontenible. Desiderio se arrastró hasta llegar a su lado, esquivando las balas que cada vez pasaban más cerca de su cabeza. Le hizo un torniquete con una correa y una rama que encontró en el camino.

— Hoy si creo que no te salvas, she – le dijo Columbo con el rostro que trataba de simular tranquilidad para hacer una broma y una sonrisa muy forzada.

— Espérate, la pendeja está distraída por allí… de repente ni nos ve – había respondido Desiderio para darle ánimo al primo herido e infundirse ánimos también, ya que todo se veía cada vez más oscuro para ellos, y era necesario tratar de aferrarse a una luz de esperanza para salir caminando de aquella funesta situación.

El tercer primo, Pompeyo, llegó arrastrándose hasta donde ellos estaban, con las manos temblorosas y ensangrentadas cogió con fuerza la herida de Columbo, haciendo presión para que el sangrado disminuya.

— De acá salimos los tres o ninguno- les dijo -imagina lo que nos hará la mamá Emilia si no nos ayudamos hasta el final, como nos han enseñado desde chicos- continuó antes de sacar medio cuerpo de la trinchera y disparar toda su cacerina.

Por la rapidez con que sucedían los hechos, y por no moverse de la posición del primo herido, los tres Alegres se quedaron en la vanguardia de la patrulla peruana, que, cautamente había retrocedido unos metros tratando de acercarse a los refuerzos y evitar el fuego enemigo. El ataque a la posición en que se encontraban era inminente, cada vez más cercanas las percusiones de la pólvora y las balas que salían de la boca de la ametralladora ZB 37.

Desiderio pudo ver una vez más en su vida, cómo la pálida dama le miraba fijamente a los ojos, lo reconocía y se acercaba a él, levitando, pero de manera lenta como para disfrutar el momento.  El joven soldado contaría luego, esa misma noche en que la fiebre hacía delirar a su primo Columbo a causa de una infección de la herida de bala, que hasta le había parecido ver una blanca sonrisa en el espectro.

La avanzada ecuatoriana llegó a pocos metros de la trinchera donde ellos estaban y cuando ya se encontraban a la distancia de disparos certeros, los tres pampasinos, pudieron ver como entre sueños y alucinación o un escape de la memoria de un cuerpo y una mente invadidos por el terror, que el patrón de su tierra san Jerónimo aparecía y con su capa roja los cubría de las balas enemigas que no les hicieron daño.

Años y décadas después contaban la misma historia cada noche de tragos o en las remembranzas de aquella guerra, en cada época navideña o de fin de año. Los tres al unísono afirmaban que cuando los ecuatorianos apretaban el gatillo, también se percataban estupefactos que un escudo invisible impedía que los proyectiles causaran la muerte de los peruanos que atrincherados envueltos como caracoles seguían repeliendo las balas enemigas.

Minutos después, ya con los refuerzos respaldando su accionar, una contra carga de nuestro glorioso ejército terminaría en poco tiempo con esa arremetida norteña cuyos soldados resignados se retiraron a velocidad dejando sus armas, heridos y caídos.

Fue entonces que Desiderio conoció aún más de cerca los horrores de una guerra: cuerpos mutilados por las explosiones de los morteros, cuerpos atravesados por el grueso calibre de ZB 37, heridos pidiendo ayuda desesperadamente, y moribundos que solo esperaban una oración o una despedida para poder continuar el camino.

Era por eso que cada vez que uno de sus hijos llegaba a la edad de servir a la patria, él se ofrecía a suplirlo porque quería evitar que ellos tengan que padecer los mismos horrores que a él le había tocado presenciar.

Narraba como era que había visto apagarse en los moribundos la luz del fondo del ojo derecho que representa que somos seres vivos, y como se extinguía lentamente la luz del ojo izquierdo que es la señal que somos seres espirituales.

Había podido sentir en la agonía de sus compañeros, el momento exacto del tránsito entre esta vida y la otra. Varios de ellos le habían pedido que no los dejaran solos; que no querían atravesar ese camino largo y oscuro. Gritaban de dolor y miedo antes de morir ahogados con su propia sangre o como consecuencia de las graves quemaduras por las explosiones.

Algunos otros le habían hecho prometer que llevarían algún mensaje a familiares y amigos, los cuales Desiderio anotó en una hoja de papel, en medio de la descarnada batalla, justo mientras derramaba gruesas lágrimas que explotaron en su rostro por tanto dolor contenido ante las tragedias que le había tocado vivir en corto tiempo.

La muerte que andaba cerca lo vio y tuvo lástima de él. Decidió darle unos minutos más antes de ir a abrazarlo, pero ese espacio de tiempo fue suficiente para cambiar su destino y poder seguir con vida ocho décadas más. Continuara…   

Fin de la sexta entrega
Escrito por David Palacios Valverde

Próxima entrega: jueves 21 de enero de 2021

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