Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (decimoséptima entrega)

 Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (decimoséptima entrega)

Continuamos con la decimoséptima entrega del cuento del cuento “Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte”, gracias a la cortesía de su autor David Palacios Valverde

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DECIMOSEPTIMA

Una noche de verano, después de dejar dormida a su esposa e hijo, Alejandro Alegre salió de su modesta vivienda, echándose colonia Old Spice en el mentón recién afeitado y en la nuca, para refrescarse.

                        Era un tórrido viernes y las calles del Rímac presentaban su clásica alegría de barrio clásico y jaranero con grupos de amigos que se reunían a compartir algo de comer o beber; había risas y se podía ver varios grupos de niños jugando con pelotas.

                        Valses, boleros y algo de salsa cubana se escuchaba en las quintas y callejones de un solo caño, en una época en que la voz de Daniel Santos en la Sonora Matancera podía oírse en todos los rincones. Tarareando “El juego de la vida”, en una esquina cercana lo esperaba su primo Desiderio, con un pañuelo blanco mojado que se había colocado en el cuello para aliviar el calor.

                        Caminaron calle abajo y su paso apurado se acompañó de algunas risas estridentes de los primos que en poco tiempo se habían convertido en grandes amigos, y más aún, habían sellado esa gran amistad con respeto y la lealtad que solo te brinda algunos gramos de complicidad en la vida.

                        Dos cuadras antes de su destino se separaron en direcciones opuestas como parte de su protocolo de seguridad y caminaron al azar por algunos minutos más, para estar completamente seguros de que nadie los había seguido, luego, según lo acordado, fue primero Alejandro quien ingresó a la casa de sus reuniones clandestinas y minutos después lo hizo Desiderio.

                        Una docena de “compañeros” solían reunirse la noche del viernes cada dos semanas para mantener activa la vida partidaria y recibir novedades de El Jefe, que desde el exilio se la ingeniaba para mantener constante su mensaje político y que su palabra llegara a todos los espacios en costa, sierra y selva donde se reunían sus huestes, escapando del ojo dictatorial de Odría. Eran años de una clara persecución política, en la que el dictador solía disfrazar sus zarpadas.

                        Meses atrás Desiderio alentado por la firmeza de las convicciones que veía en su primo, había llegado a una de estas reuniones y la serendipia había sido inmediata. Quedó encantado por el misticismo y lealtad que abrazaban ese grupo de hombres y mujeres que organizados repartían volantes o el periódico La Tribuna, pintaban paredes o hacían llegar algún tipo de apoyo a los compañeros encarcelados o perseguidos.

                        El compañero Jara había iniciado la reunión con algunas ausencias de los regulares asistentes a las secretas reuniones, pero ya habían esperado más de media hora sin que haya noticia de ellos. Comenzaba a informar sobre la distribución de volantes contra el gobierno, apoyados en la organización de los Canillitas, cuando de pronto unos golpes desesperados en la puerta detuvieron sus palabras.

                        Todos se quedaron estupefactos por unos segundos, mirándose con ojos cómplices, pero al mismo tiempo aterrados al saberse descubiertos, y, comenzando a sorber el trago amargo de la desesperación. Solo fueron unos segundos que parecieron congelar el tiempo, antes que las balas comenzaran a silbar fuera de la casa que los cobijaba.

                        La desesperación fue total cuando los golpes a la puerta se detuvieron y en ese instante de silencio se pudo oír un estallido seco de un proyectil en la cabeza del pobre desafortunado que no logró conseguir refugio y que violentamente acababa de ser una víctima más de la dictadura asolapada.

                        Luego de eso, gritos, dolor, desesperación y el estruendo de las balas en la puerta tratando de doblegar el seguro para poder entrar por los demás clandestinos. El grupo de los más viejos y de quienes sabían no podrían escapar se quedaron a dar pelea con lo que tuvieran, botellas, cuchillos y palos. Rápidamente colocaron un librero tras la puerta y luego armaron una trinchera con los demás muebles.

                        Uno de los compañeros tenía un revolver calibre 22 con cuatro balas, con la que trató de repeler el ataque, pero sobre todo permitió ganar valiosos minutos para que los que pudieran salir escapen cuanto antes. Esa respuesta hizo que el ataque se detenga por unos minutos, pero luego continuó con más fuerza aún.

                        Nunca más se supo de ellos, de los que se quedaron, incluido el primo Alejandro Alegre a quien Desiderio vio por última vez moviendo un colchón hacia la puerta.

—Adelántate cumpa, yo ahorita te alcanzo- le había dicho al tiempo que las balas en el exterior daban idea que el grupo de ataque era bastante grande.

                        Desiderio y otros más, cuan felinos y llenos de adrenalina pura lograron rápidamente ganar los techos de las casas vecinas y emprender la huida.

                        Pocos segundos después, una combinación de militares y civiles estaban detrás de ellos, ya encaramados en las paredes y buscando seguirles el rastro con armas y linternas en mano, gritándoles y exigiendo que se detuvieran y entregaran. Ninguno cedió y siguieron corriendo; los balazos se reiniciaron y a dos metros de Desiderio cayó un jovencito que apenas pasaba los veinte años y que siempre había participado de las actividades.

—¡Viva el Apra, carajo! – alcanzó a gritar mientras caía de rodillas y con la sangre brotándole por la boca.

                        “Pobre chibolo carajo”, pensó Desiderio, “teniendo tanta vida por delante se nos muere hoy por culpa de estos desgraciados, hijos de puta”

                        Entonces, al saberse a punto de tiro, decidió lanzarse al vacío, prácticamente a la espera de un balazo por la espalda o morir en la caída, pero el golpe fue amortiguado por la ropa tendida, cartones y hasta unas frazadas vieja que eran usadas por un perro. Adolorido, se levantó y siguió corriendo mientras otra vez las balas pasaban haciendo viento cerca de él. El dolor era intenso pero soportable.

                        Tomó aire unos segundos, con las manos en las rodillas y con la cabeza a la altura del abdomen, aprovechando el desconcierto que comenzaba a producirse, puesto que desde todas las casas vecinas la gente comenzaba a gritar, pedir auxilio y hasta a lanzarles cosas a sus perseguidores.

                        Después al ver el haz de luz de una linterna, corrió nuevamente con las pocas fuerzas que le quedaban, consiente que a lo lejos continuaban siguiéndolo. No había vuelto a ver u oír a los demás, así que tal vez él era el último.

                        Casi a rastras continuaba su paso ya lento y desorientado, no sabía exactamente hacia donde había corrido y por consiguiente donde podía encontrar un espacio para esconderse. Entonces, fue que alguien lo cogió como un si fuera un papel y lo llevó por el aire tapándole la boca. Era un viejo negro inmenso, de más de metro noventa, canoso y con pocos dientes.

—Tranquilo, no vaya a gritá, yo no sé po que lo persiguen, pero no voy a pemití que le disparen a nadie por la espalda- y luego lo llevó hasta una especie de pozo de agua, donde lo escondió. Desiderio se dejó llevar sin resistencia y sin preguntar, sabiendo que era su última esperanza. Minutos después los soldados llegaron, buscaron, preguntaron y estuvieron tan cerca de él que pudo sentir el jadeo chirriante de pecho de uno de ellos, apenas a medio metro de distancia.

— ¡Acá no hay nadie! – gritó un hombre vestido de negro y se marchó a paso ligero.

— Ya, mejor hay que regresar no más- se escuchó otra voz. – Se nos escapó este pendejo-

                        Pasados varios minutos en el que la calma fue llegando de nuevo y los ladridos desesperados de los perros y los gritos en las casas vecinas era cada vez menor, el moreno gigante, abriéndose paso por maderas, fierros y plásticos llegó hasta él y le dijo:

—Usted se queda acá unas horas más, hasta estar seguros de que ya no hay peligro, luego yo vengo a sacarlo-

                        Desiderio no respondió. En su mente más que el sabor del peligro, en ese momento estaban fijas las imágenes del muchacho recibiendo el balazo en la espalda, el sonido de la bala en la cabeza de quien había tratado de entrar a la casa huyendo de sus verdugos, y la preocupación por saber que podría haber ocurrido con el primo Alejandro, aunque en el fondo de su corazón ya sabía cuál había sido el desenlace fatal de esa noche aciaga.

                        “Ahora tengo un hijo más” pensó. Y luego no pudo más con el dolor y dejó que las lágrimas brotaran de sus ojos, lentamente, mientras trataba de encontrar una explicación racional a todo lo que había ocurrido en los últimos quince minutos de su vida y que estaba llevando tanto dolor a tantas familias y que al día siguiente ni siquiera sería una noticia aislada en algún periódico que terminaría envolviendo pescado.

                        Pero no hubo ni siquiera eso. Ni siquiera se les pudo llorar o despedirse de ellos. El aparato de prensa y crimen de la dictadura militar se encargó de que no haya noticia alguna sobre una balacera en el Rímac, y menos aún sobre muertos y desaparecidos por motivos políticos aquella noche.

                        Lo que sí ocurrió es que horas y días posteriores fueron apareciendo víctimas de violencia vandálica, robos y hasta accidentes. Un sucio sistema mafioso así lo construía, con una prensa cómplice que lo permitía, poniéndose de costado al pensar en sus propios intereses.

                        Desiderio se quedó dormido, pero despertó desesperado porque casi se ahoga al haberse hundido en el agua del pozo. Estaba oscuro, pero se dio cuenta inmediatamente donde estaba al oír a los perros y porque su mente había evocado al instante las imágenes de la persecución producida.

                        Pasó como una hora y pudo notar que el amanecer se acercaba, cuando el mismo hombre que le ayudó la noche anterior se aproximó hablándole, dándole ánimos, pero al mismo tiempo recomendándole que se aleje de la ciudad.

—Tenga fuerza, esté tranquilo, pero mejo si coge pa la sierra y se esconde un rato. Estos lo van a perseguir… –

                        Después le ayudó a salir y le dio ropa seca, la que le quedó inmensa a Desiderio, ya que solo pasaba el metro sesenta. Se secó, y se puso pantalones y camisa dobladas en tobillos y mangas. Pusieron a secar los zapatos en un fuego cercano y el viejo hombre le dio algo de carne, pan y café caliente. Desiderio sintió renacer con el alimento y abrigo.

                        Al salir de su refugio, sin escuchar los consejos se dirigió inmediatamente hacia la casa de su primo, pero fue cauto y no ingresó, sino más bien, decidió ocultarse y mirar de lejos. Horas después ante el movimiento de vecinos que iban a consolar a la esposa de Alejandro se convenció del temido desenlace.

                        Luego de ello, tuvo como primera iniciativa irse a Ancón para esconderse con el tío José, pero luego pensó que su presencia allí arriesgaría a su familia y desistió; entonces buscó apoyo en los compañeros del partido con quien más confianza tenía, y comenzó una vida de prófugo en Lima, y provincias por casi dieciocho meses.

                        Pasaba temporadas cortas o largas escondido en casas, chacras o locales, hasta que algún hecho sospechoso o por simple precaución, generalmente durante la madrugada cambiaba de escondite.

                        Durante esos dieciocho meses, se dio maña para poder hacer llegar señales de vida hasta Pampas, donde luego de un susto inicial por el prolongado silencio, se tranquilizaron con las noticias que, aunque extrañas y confusas llegaban casi de manera mensual.

—Ese Dishi, ¿dónde ya estará? – decían las hermanas Cordero cuando llegaba un papelito o cuando algún paisano llegaba llevando noticias o dinero.

                        Los perros se acercaron hasta la orilla en la que Desiderio se encontraba, algunos arrastraban restos óseos y orgánicos de los cadáveres expuestos por el sismo, y los reflejos de luz de sus ojos servían para identificar que casi alcanzaban la decena. En medio de la oscuridad, creyó reconocer a su viejo Ringo, cuando la desesperación e instinto de supervivencia hizo que gritara con todas sus fuerzas y lanzara un silbido fuerte e intenso.

                        Los perros ladraron y aullaron por un buen rato, lo que hizo que las personas que estaban en la parte alta advirtieran del extraño bullicio y comenzaran a organizarse para buscar heridos y sobrevivientes.

                        La alegría de Desiderio fue colosal cuando vio velas encendidas que se dirigían a él, pero a medida que las luces se acercaban y se hacían más numerosas cayó en la cuenta que era imposible que el rescate estuviera llegando desde la parte baja y en un número tan grande. Los perros aullaron, pero después se fueron corriendo cuando la primera luz llegó a tiro de piedra.

                        Una a una fueron pasando las figuras espectrales que parecían desvanecerse en el aire, llevando una lucecita de fuego encendida en sus pulgares, una luz tan tenue que individualmente a duras penas iluminaba sus rostros, pero en conjunto permitían ver una fila interminable que avanzaba presurosa, sin embargo, al enfocar la vista, ninguno tenía pies, y más bien flotaban.

                        Varias horas duró esa marcha que Desiderio jamás habría de olvidar, y que cada cierto tiempo aparecía en sus pesadillas, sobre todo cuando se aproximaba el mes de mayo y el frio se iba haciendo más intenso.

                        Hombres, mujeres, niños y ancianos, de todas las edades, con los rostros ya sea desencajados y angustiados como presentando una culpa o preocupación muy grandes, o, apacibles y serenos de quienes se iban con tranquilidad y gozo. Todos miraban al frente y producían un sonido gutural extraño que parecía una inacabable oración o canción.

                        No faltó alguien que giró a mirar a Desiderio que en ese momento ya tenía el barro hasta la barbilla. Era una menuda mujer blanca de unos ochenta años, cabello plateado y rostro arrugado, que le había mirado con ternura y lástima.

                        Cuando terminaron de pasar, nuevamente la oscuridad fue intensa, y pasados algunos minutos, Desiderio comenzó a luchar contra el lodo que en ese momento ya le llegaba a la altura del bozo, y en el esfuerzo por mantener una línea libre para respirar había hecho que algo de barro entrara por su oído derecho. Ya resignado, sabiendo que todo acabaría en pocos minutos había comenzado a orar y a despedirse de sus mejores recuerdos.

                               Los perros regresaron y comenzaron a ladrarle y a lo lejos vio que unas lucecitas se acercaban. “Deben ser ánimas que se han retrasado” pensó al ver que se trataba de una fila de unos cuatro cuerpos con la pequeña llama de fuego en las manos, pero luego escuchó que conversaban y hasta uno de ellos se cayó haciendo que los demás se detengan a ayudarle.

                        Cuando ya estaban más cerca, los perros se alejaron. Encendieron una especie de antorcha que iluminó el espació y comenzaron a buscar. La esperanza renació para Desiderio, era claro que los cuatro hombres habían llegado hasta allí para buscar sobrevivientes. Gritaban.

— ¡¿Quién vive?! ¡¿Hay alguien?!- pero no obtuvieron respuesta alguna y el silencio de la noche se hizo más ensordecedor aun, solo cortado por la aguda respuesta del aullido de los perros que iban alejándose.

—Vámonos no más, she – dijo alguno. -Solo han sido los perros, no hay nadies por acá-

Desiderio no podía moverse. El haber estado casi sepultado por tantas horas, el estar casi a punto de la hipotermia, la densidad del lodo que lo aprisionaba, la debilidad física y mental por haber estado luchando contra una tenue pero constante corriente hacía imposible un movimiento suyo.

                   Tampoco podía abrir la boca pues el barro entraría inmediatamente a su garganta, y si intentaba moverse soltando la rama que lo tenía anclado a la orilla podía hacer que la perdiera y ser devorado por la masa.

                   Pero sabía que era su última esperanza. Debía soltar la rama, sacar los brazos hacia arriba y gritar con todas sus fuerzas. Para ello debía impulsarse con las piernas que hacía mucho rato no sentía como propias, y el último recuerdo de sensación que tenía de ellas era de hacía muchas horas en que se había hecho pichi.

                    Sin embargo, recordó aquella forma de ver los retos con los que su madre abuela lo había criado, cada vez que, frustrado y con el rostro desencajado se acercaba a ella, y ésta lo recibía diciéndole “Dishi, cambia esa cara ¿tú puedes?… a lo que el niño respondía con decisión “¡todo!”

                                    Pensó en todas las veces que había tenido que hacer frente a granes problemas y que su propia vida había estado a punto de extinguirse prácticamente desde su nacimiento. Pensó en sus hijos, los vivos y en quien había entregado su propia vida hacía algunos meses.

                                    Volvió a su mente aquella escena de hacía tantos años atrás en que también había pasado la noche en un pozo después de presenciar la muerte del muchacho con dos tiros en la espalda… y de pronto estaba a su lado ese hombre moreno gigante que lo había ayudado en ese entonces.

—Tenga fuerza, esté tranquilo- le dijo con la voz de la mamá Emilia.      En ese mismo instante cayó en la cuenta que su madre abuela lo estaba protegiendo, ya que la viejecita de la larga fila de almas que había volteado a mirarlo con ternura era ella misma.     

                 Entonces, sacando las fuerzas de quien sabe que no hay otra oportunidad para seguir con vida, soltó la rama, levantó los brazos y logró un débil impulso de sus debilitadas piernas casi inertes y con el poco espacio que tuvo antes de caer nuevamente, lanzó un grito descomunal.

— ¡Ayudaaaa!- Luego se hundió y el lodo lo cubrió totalmente. Continuara…

Fin de la decimoséptima entrega
Escrito por David Palacios Valverde

Próxima entrega: jueves 21 de octubre de 2021

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