La Achique
Y sucedió que vino un tiempo de gran hambruna y no había nada qué comer. El valle se secó y sólo langostas brillaban saltando sobre los trojales. Unos campesinos hallaron un poco de maíz y decidieron tostarlo. Tenían dos hijos pequeños, más como el maíz era poco, esperaron que al llegar la tarde se durmiesen para comerlo a solas. Bien entrada la noche dijo la mujer en voz muy baja:
-¿Dónde está la callana para tostar el maíz?
-Yo sé dónde está la callana.
-y yo sé dónde está el palito para mover el grano, dijeron al mismo tiempo los dos niños.
Los padres se quedaron sorprendidos, más azuzados por el hambre, los metieron en una bolsa de paja y los arrojaron al río.
El río los varó dulcemente y, ya salvos, comenzaron a subir el escarpe de la orilla. Caminando, caminando, llegaron a casa de la Achiqué, vieja bruja del monte que los recibió con aparente bondad. Después de darles de comer, dispuso que los hermanos durmiesen separados, uno en una colca y el otro junto al fogón.
Al alba, la niña sintió débiles quejidos y suponiendo que fuese su hermano preguntó a la bruja.
-¿Mamitay, qué haces a mi hermano?
-Le estoy despiojando.
Al cabo de un rato volvió a lamentarse el niño y la bruja para tranquilizar a la muchacha, dijo:
-Como le saco las liendres. se queja.
Inquieta la niña se levantó sin hacer ruido y bajó a la cocina y pudo ver cómo la bruja intentaba descuartizar a su hermano con una hoja de cortadera amarrado y amordazado, apenas si se oían los quejidos de la pequeña víctima.
Sin perder tiempo, cogió la chiquilla un puñado de ceniza y lo echó a los ojos de la bruja y mientras ésta corría a lavarse al puquial, desató a su hermano y huyeron de prisa. Tras ellos salió aullando la bruja.
Cerro arriba. corrían los niños jadeando. Como eran chicos, los quishuares los ocultaban y la bruja en vano clavaba los ojos sobre el camino como dos espinas.
Al medio día encontraron a un cóndor que dormitaba sobre unas peñas.
-Taita Rucus, ocúltanos bajo tus alas que nos alcanza la Achiqué.
Extendió sus alas el cóndor y bajo ellas desaparecieron los niños. Al cabo de un rato llegó cojeando la bruja, miró astuta por todos los lados y como no viera nada le preguntó al cóndor:
-¿Auqui Rucus, has visto pasar por aquí dos niños que se me han escapado?
-Nada he visto, Achiqué.
-Pues entonces déjame ver qué tienes bajo las alas.
El cóndor la dejó aproximarse y cuando la tuvo bien cerca dio de aletazos e hizo caer rodando a la bruja hasta el fondo del barranco.
De nuevo los niños se dieron a la fuga. Al atardecer, fatigados de tanto correr, llegaron a la madriguera de una zorra. A la puerta de su cueva esperaba a su marido que debía traer pajaritos para las crías.
Tía Atoj, dijo la niña, la Achiqué nos persigue, te ruego que me guarezcas en tu casa. La zorra miró piadosa a los niños y los dejó pasar.
Al anochecer llegó la bruja. Bufando venía …
-Vieja Atoj, dijo, de seguro aquí están escondidos dos niños que se me han escapado.
-Aquí sólo están mis crías, dijo la zorra.
-Entonces déjame pasar, repuso la vieja.
-No puede ser, están durmiendo y las despertarías.
Tanto fastidió la bruja que la zorra la espantó a dentelladas.
A la mañana siguiente, los niños dieron las gracias a la zorra y emprendieron de nuevo su fuga.
Mas la Achiqué los esperaba en lo alto de un cerro; al verlos bajó dando brincos como un saltamontes. Huyeron los niños valle abajo. Como venaditos corrían. Al torcer un recodo, divisaron a un Añás que estaba haciendo un hueco en el suelo.
-Don Añás, ocúltanos pronto que ya viene la bruja, imploraron los niños.
El Añás los metió en el hueco y los tapó con hierbas.
-Añás pestífero, dijo la bruja al llegar, aquí tienen que estar los muchachos, ¿qué ocultas debajo de aquellas hojas?
-Es mi cosecha de papas.
-Si es como dices, déjame ver.
El Añás no contestó nada. Movió su cola coposa y ¡chis! saltó un aroma penetrante que hizo huir lejos a la bruja.
Huían, huían los niños. Tras ellos de nuevo seguía la bruja tirándoles piedras. Así llegaron a una llanura. La bruja les daba ya alcance, cuando en medio del campo divisaron a un cordero que ya pacía tranquilamente, con una soga al cuello.
-Cordero, corderito, dijo la niña, mira que la bruja ya nos alcanza, no dejes que nos llegue a tocar.
El cordero tomó la cuerda que tenía atada al cuello y la lanzó al aire y por allí subieron los niños. Las nubes como buche de ave les acariciaban las mejillas.
La bruja llegó al sitio y al ver la soga colgando del cielo y los niños en lo alto, comenzó a subir.
El viento le arremolinaba los faldellines, descubriendo sus piernas flacas. Ya muy arriba apareció entre la bruja y los niños un pericote prendido de la cuerda.
-¿Qué haces allí pericotito? Preguntó la malvada.
-Estoy comiendo un pedazo de cemita morena que me dio mi madre.
En realidad, el pericote roía la soga. De pronto la cuerda se rompió y desde lo alto se vino abajo la bruja.
-Pampallampan, pampallampan, gritaba la Vieja mientras caía. ¡Pampallampan! Y cayó despanzurrada en medio del llano.
Arriba seguían subiendo los niños al país de las nubes. La soga se mecía en el cielo como un inmenso tallo.
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Renovar nuestro compromiso con la lectura de nuestros cuentos peruanos.
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