Cuando el diablo con los pies de gallina apareció en Huaraz
En los años cuarenta del siglo pasado, la ciudad de Huaraz se encontraba en proceso de recuperación del apocalíptico desastre natural que se llevara en pocos minutos la vida de miles de sus hijos, dejando a una generación marcada por la pena y el terror. El día a día se desarrollaba de forma tranquila, entre las zonas que fueron destruidas y aquellas otras que al pie del Huascarán y demás nevados y picachos habían permanecido incólumes al aluvión y mostraban su cara pintoresca y bucólica con callecitas empedradas y casitas tarrajeadas de yeso y tejas andinas; donde el olor a tierra mojada era la principal característica por las tardes invernales.
La gente del pueblo vivía de manera sencilla, amando y respetando a la naturaleza que ya le había mostrado los dientes, el cultivo de maíz, papa y cebada, etc, la crianza de ganado vacuno u ovino y un cada vez más activo comercio local eran el sostén de la economía de aquella reducida población en la que también destacaban pobladores quechuas, habitantes de las comunidades aledañas.
Llegada la noche la oscuridad era absoluta. Ante la carencia de energía eléctrica, eran las velas, las lámparas de petromax o los chiuchis, los que daban luz y calidez en medio de un ambiente propicio para la intimidad familiar o las historias de almas, que nunca faltaban en la sobremesa de cada hogar, sea pobre o acomodado.
Allí vivía Braulio Figueroa, un modesto hombre que hacía muy poco había cumplido medio siglo de vida y que tenía como sello característico la jovialidad de su carácter y la mala – o buena- costumbre de empinar el codo cada vez que podía.
Una noche de junio, fría a causa de las heladas de la época había llegado hasta una cantinita clandestina cerca del jirón Comercio para tomarse unas copas con los viejos amigos. Rieron, cantaron y contaron historias hasta altas horas de la madrugada, sin percatarse de que el tiempo pasaba rápidamente.
Alertado por el canto de un gallo desubicado en el tiempo, se percató que ya pasaban las tres de la mañana, “buena hora ya para irse”, pensó y se marchó sin despedirse de sus compañeros. A pesar de la oscuridad y la soledad de la madrugada, caminaba con pasos decididos, tarareando una triste melodía popular. De pronto, en un tramo solitario del camino, una luz tenue y misteriosa se filtró entre los árboles. Braulio, curioso y atraído por aquel destello, se acercó cautelosamente.
Los efectos del alcohol se desvanecieron en el acto, cuando vio a la mujer que constantemente aparecía en sus sueños más deseados. Tenía una belleza inigualable en la que destacaba su negro cabello que combinaba con la inmensa oscuridad que la rodeaba; tenía los ojos tan brillantes como el fuego que encendería el corazón de cualquier hombre. Ella lo miró fijamente con una familiaridad que confundió a Braulio, y finalmente le invitó a seguirla a su casa.
El hombre no pudo resistirse a la tentación. Siguió a la misteriosa mujer por un camino estrecho y empedrado hasta llegar a una inmensa y extraña casa de otro tiempo y otros sueños. Al ingresar, encontró tesoros incalculables, delicados muebles de madera clara y filos dorados, piedras preciosas de todos los colores en la paredes y muchas monedas y diamantes en el suelo, alumbradas por una luz que no era de este mundo. Braulio, embrujado siguió a la mujer hasta una habitación llena de brillo y muebles extraños donde ella le invitó a tomar asiento. En ese momento, un escalofrío helado comenzó a recorrer su espalda, mientras que una gota de sudor tibio se deslizaba por su sien derecha. A lo lejos el aullido de un perro le hizo reaccionar; observó detenidamente a la mujer y, para su sorpresa, notó que en lugar pies tenía en realidad, garras de ave. Su corazón se llenó de temor, pues en ese instante reconoció que había seguido ¡al mismísimo Diablo!
El terror se apoderó de Braulio al darse cuenta de la verdadera identidad de la misteriosa mujer que lo había guiado hasta allí. Sin embargo, ya era demasiado tarde para retroceder. La presencia del Diablo era abrumadora, y una sensación de opresión y malestar se apoderó de él.
El Diablo, con una sonrisa maliciosa en el rostro, comenzó a revelar sus verdaderas intenciones. Le ofreció a Braulio riquezas infinitas, poder y una vida llena de placeres y lujos a cambio de su alma. Sabiendo que estaba ante una prueba de voluntad y resistencia, Braulio luchó consigo mismo, tratando de resistir la tentación.
Recordó las historias y enseñanzas de su infancia, los valores que le habían inculcado sobre el bien y el mal. El amor por su familia, su comunidad y la naturaleza volvieron a su mente con fuerza. A pesar del deseo de riquezas y placeres mundanos, Braulio sabía que vender su alma al Diablo significaría perder todo lo que realmente valoraba.
Con determinación y valor, Braulio rechazó la oferta del Diablo. Se negó a entregar su alma y se enfrentó al ser infernal con valentía. Invocó la protección de sus antepasados, de los dioses y espíritus protectores que habitaban las montañas sagradas que rodeaban Huaraz. En un acto de fe y coraje, clamó por su libertad y renunció a las riquezas efímeras que se le ofrecían.
El Diablo, furioso ante la negativa de Braulio, desató su ira. La casa que antes era un lugar de tesoros y lujo se transformó en un escenario tenebroso y amenazador. Las paredes crujieron, las joyas se convirtieron en cenizas y las monedas se volvieron polvo. El Diablo lanzó un grito aterrador y desapareció entre las sombras, dejando a Braulio solo y exhausto.
El hombre, recuperándose del trance que acababa de vivir, salió de la casa infernal y se encontró de vuelta en el camino empedrado. El amanecer comenzaba a teñir el cielo de tonos rosados y naranjas, y Braulio se sintió aliviado de haber escapado del peligro que había enfrentado.
Agradecido por la oportunidad de redimirse, Braulio regresó a su hogar con una nueva perspectiva sobre la vida. Comprendió que la verdadera riqueza reside en el amor, la bondad y la paz interior, y que no hay tesoro material que pueda reemplazar esos valores.
Desde aquel día, Braulio se convirtió en un hombre dedicado a ayudar a su comunidad y a preservar la belleza de la naturaleza que lo rodeaba. Compartió su experiencia con otros, advirtiéndoles sobre las tentaciones y los engaños que el Diablo puede presentar.
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