Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (ultima entrega)

 Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (ultima entrega)

Tal como lo anunciamos anteriormente, “Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte”, llega a su fin, Desde aquí, le damos gracias a su autor David Palacios Valverde por confiar en este proyecto.

Lee las anteriores entregas aquí.

ULTIMA ENTREGA

Desiderio tuvo aún fuerzas para continuar con vida algunos años más, aunque con la salud cada vez más resquebrajada y con los achaques propios de la edad a pesar de que el médico de cabecera que tenía ya por más de treinta años decía que no encontraba nada enfermo en su organismo y que los síntomas de dolor o mal funcionamiento de órganos era el producto del cansancio y el paso de los años.

Lo había visto por primera vez cuando fueron a que le revisase el oído porque no escuchaba bien. Para entonces Huaraz pese a ser la capital del departamento carecía aun de médicos especialistas permanentes y eran los médicos generales quienes se ocupaban de todas las dolencias y males, desde el más ligero dolor hasta complicados cuadros de enfermedades crónicas, agudas o raras.

Cuando luego de los exámenes correspondientes el doctor Vera se quedó mirando un buen rato los resultados y ante la pregunta del hijo de Desiderio que lo acompañó, respondió:

— No tiene nada, no se ha encontrado nada-

— Pero doctor, no oye bien. ¿Qué le puede estar pasando a su oído? – preguntó.

— Nada, solo que está viejo- fue la tajante respuesta.

Conversaron un rato más y lejos de recetarle medicinas o menjunjes, le había recomendado que cada vez que pudiera se tomara una copa de vino tinto.

— Este médico si me gusta. Él si sabe – había dicho Desiderio y desde entonces lo adoptó como su médico personal, único en quien confiaba.

Con el paso de los años se le había ido intensificando una tosecita de perro, pero al hacerle la tomografía no encontraban nada extraño que no tuviera una persona de su edad; otras veces le dolía la cabeza o le “zapateaba” el corazón, pero dos semanas después todo pasaba.

Sus también longevos hijos sobrellevaban más enfermedades y achaque que él y trataban de visitarlo en Huaraz, donde había decidido permanecer luego de la inesperada y trágica muerte de Columbo Alegre.

Sus descendientes desperdigados por el Perú y el mundo superaban varias decenas, siendo que muchos ni siquiera se conocían entre si y algunos otros solamente se habían visto una o dos veces. A mediados del año 2020 habría de nacer el primer tataranieto de Desiderio, y la emoción familiar se iba transmitiendo bajo el proyecto de reunirse el año siguiente para celebrar el centenario del viejo hombre y juntarlo con su descendiente de quinta generación.

Pero todo se truncaría por una nueva desgracia, una tan grande que no golpeó solamente a la familia Alegre, o a Pampas, o Huaraz, o Ancash o al Perú solamente, sino que habría de dejar una inmensa estela de dolor, desesperación, horror, desesperanza y muerte en la humanidad entera.

No se trataba de una nueva conflagración mundial, la tan temida guerra nuclear, ni inmensas luchas por petróleo, agua o alimentos como se vislumbraba en algunos círculos, sino de un enemigo tan pequeño e invisible como contagioso y letal: un virus.

Hacía poco más de cien años que se había vivido la última gran pandemia de la llamada gripe española y a pesar de tanto desarrollo y avance tecnológico durante los siglos XX y XXI, la especie humana no estaba preparada para hacer frente al Covid 19.

Lo que comenzó con noticias aisladas de gente enferma al otro lado del mundo, la China, por haber comido animales como murciélagos o serpientes contagiados por alguna enfermedad exótica, fue transformándose día a día en el centro de la preocupación mundial.

Semana a semana la enfermedad y las muertes se extendían del Asia a Europa y África y gracias a que el mundo se encuentra completamente conectado no tardaría en llegar al continente Americano y específicamente al Perú. Era marzo del año 2020.

Para aquel entonces el Perú era gobernado por un individuo que luego de traicionar a quien fuera elegido Presidente, ocupó la máxima autoridad por treinta y dos meses, entre marzo de 2018 y noviembre de 2020, fecha en que el Congreso de la República declaró su permanente incapacidad moral, entre otros hechos por haberse descubierto que de manera oculta había sido uno de los beneficiarios de las vacunas contra el Covid.

Desiderio vio sin mayor preocupación la noticia de que el mal había llegado al país el 6 de marzo de 2020 a través de un joven de 25 años que había estado de viaje en varios países de Europa.

Sentado frente al televisor comía habas sancochadas cuando la programación fue interrumpida para dar pase a un mensaje de Vizcarra, el entonces presidente, en cadena nacional. Al inicio no comprendió bien de que se trata la noticia, pero cuando el bisnieto que veía televisión con él le aclaró el mensaje, nunca habrían de imaginar todo lo que ocurriría en el Perú a causa de la penosa enfermedad.

Poco más de una semana después, la noche del domingo 15 de marzo otro mensaje informaría que el gobierno decretaba una cuarentena general por quince días con el objetivo de frenar la velocidad del contagio. La cuarentena fue prorrogada en varias ocasiones al punto que el Perú fue uno de los países con las cuarentenas más largas y con desastrosos resultados en la salud y la economía.

Desiderio pasaba largas horas viendo las noticias del Perú y el mundo frente al televisor que había aprendido a manejar a la perfección.

— La pendeja está en su garbanzal, por eso no tiene tiempo para mí- le había dicho a la familia mientras cenaban una noche de sábado, sin que nadie logre comprenderle.

A diez días de iniciada la cuarentena nacional, se reportó el primer caso en Huaraz. Se trataba de un trabajador minero de 42 años que tuvo que ser internado en una clínica de la ciudad. A la semana siguiente se tenía ya una veintena de reportados y creciendo exponencialmente al paso de los días y semanas.

Era mayo, mes en el que se rendía culto al Señor de la Soledad, patrón de Huaraz, pero aquel año como nunca en su historia no se celebraría festividad ni adoración, ni tradición alguna.

No se verían las cuadrillas de shacshas, huanquillas, antihuanquillas, chihuasapras o atahualpas desplazándose y mostrando su danzas y piruetas a través de toda la ciudad al ritmo de chiskas, tinyas, violines y arpas, durante casi todo el mes.

No se vería en la plazuela de la Soledad a los danzantes mostrando su arte mientras esperaban su turno para ingresar al templo y adorar al Señor con sus bailes y cánticos. Las cuadrillas compuestas desde niños preescolares hasta adultos con varias décadas de experiencia expresaban su agradecimiento y su fe al “soledano” quien según la leyenda había escogido ese preciso lugar para que se levante su templo.

Todos los años ellos mostraban sus coloridas vestimentas y accesorios de guerra y adoración, que, según su agrupación tenía como eje resaltante monteras, chicotes, espadas, máscaras, plumas, lanzas, escudos, shacapas y demás. Nada de eso habría ese 2020.

Asimismo, no se vería aquel año las largas filas que se formaban para llegar a besar los pies del Santo Patrono, o llevar una mota de algodón para frotarlo en la imagen y guardarla en el pecho.

No se armaría la feria de comida tradicional, de ponches, pachamancas, cuchicancas, anticuchos u otras frituras; de juegos para niños y adultos y espacios para compartir licores. No habría aquel año el estruendo constante de los cohetes y otros petardos a lo largo de toda la ciudad ya sea de día o de noche.

Ese año solo se respiraba tristeza y olor a calles vacías, aunque por allí burlando el control policial, algunos irresponsables jóvenes se reunían haciendo que el temido virus continúe propagándose todavía más.

Casi un mes después, la desgracia llegaría a la familia Alegre, ya que Eleazar, el hijo menor de Desiderio caería enfermo y una semana después llegaría la noticia de su muerte e inmediata incineración siguiendo los protocolos de salubridad dictados para la pandemia que ya había adquirido cobertura mundial.

Su hijo mayor, Manuel también caería víctima de este mal y tampoco pudo despedirse de él, aunque por el momento en que se produjo el deceso si pudo ser enterrado en el cementerio de Trujillo ciudad en donde vivía.

Desiderio lloró con rabia la partida de sus hijos, aunque dadas sus edades y enfermedades era algo que se presentaba día a día como una posibilidad más certera. “Es un castigo divino el que los padres debamos sobrevivir a los hijos” había dicho cada vez que se enteró de la triste noticia; las mismas palabras que había dicho cuando Amador, su hijo muriera salvándole la vida hacía más de medio siglo, y el dolor era el mismo entonces.

Día a día llegaban las noticias penosas de la muerte de más y más personas conocidas, familiares, amigos, colegas, y condiscípulos. “¿Quién ser irá hoy día?” era la pregunta que cada mañana se hacía al levantarse de la cama al tiempo que su nieta le tomaba la saturación con un pulsioxímetro.

Cuando llegaba la indeseada noticia, anotaba el nombre de la persona fallecida en un cuaderno escolar, y uno a uno escribió el nombre de casi media centena de camaradas que había compartido espacios de vida con él en su Pampas querido, en la guerra con el Ecuador, que habían compartido cincel y martillo en la construcción de la hidroeléctrica del Cañón del Pato, entre muchos otros.

Así pasaron varios meses, incluso aconteció la navidad, una triste navidad y el año nuevo que para muchos fue motivo de meditación de un año perdido, ¿o acaso ganado? Todo se desarrollaba en un ambiente de tristeza por las pérdidas cercanas y por los reportes de muertes y enfermos que a diario se daban, pero en realidad eran cifras oficiales que incluso ocultaban un drama más doloroso que sería develado meses después.

Y fue entonces que la desgracia llegó hasta su casa, hasta su cuerpo. La nieta que a diario le colocaba el pulsioxímetro lanzó un grito al ver que la saturación del viejo estaba muy por debajo de los valores deseados.

Desiderio comprendió perfectamente todo lo que pasaba, aunque trataban de ocultarle la triste realidad de haber contraído el temido virus, socio de la muerte, que, de manera implacable se llevaba principalmente a enfermos y ancianos.

Se le acercaron y con un protocolo demasiado exagerado le explicaron la necesidad de que se le tome una prueba para descartar que se trate de la temida enfermedad. El accedió sin chistar, total, lo que más le interesaba era que los suyos estuvieran a salvo y él no quería ser un factor de irradiación del virus; incluso pidió que se le aislara.

A pesar de no desearlo su familia accedió. Desiderio incluso pudo oír el llanto de sus nietos al momento que cerraban la puerta luego de que la persona encargada de tomar la prueba nasofaríngea terminó su trabajo.

En la cama mirando el techo se dedicó largas horas a pensar y recordar, aunque era interrumpido constantemente por el golpe en la puerta y la pregunta del “¿Cómo estás?”. Le llevaron los alimentos los cuales apenas tocó, pero el agua del termo tuvo que ser suministrada hasta en tres ocasiones.

A la mañana siguiente lo sorprendieron con un médico protegido con un traje celeste y un casco-máscara que hacía muy difícil comprender lo que decía. Lo cierto era que los resultados confirmatorios habían llegado durante la noche y la familia había decidido que un galeno lo revisara tan temprano como fuera posible.

— Ya por mi no se preocupen – les había dicho cuando el médico salió de la habitación. – Yo he vivido ya bastante, así que si es mi hora, que no sea motivo de pena. Además este no sabe, traigan al doctor Vera-

Empero la familia continuaba haciendo todo lo posible por preservarlo. Lo llevaron a tomarle una tomografía cuyo resultado fue que ya el 40% de su pulmón izquierdo esta comprometido, por lo que se había recomendado que se le internara, a fin de que esté en aislamiento y observación clínica.

Huaraz sufría en ese momento el punto más crítico de la pandemia. Los hospitales y clínicas habían colapsado por lo abarrotados que se encontraban, lo cual había generado que meses atrás se tomara la decisión de habilitar el estadio “Rosas Pampa” como un centro de atención temporal para enfermos Covid.

Hasta allí fue trasladado Desiderio, aun a regañadientes, pero valorando el esfuerzo que hacían los suyos. Lo ubicaron en la cama 72 de un enorme espacio abierto en el que habían habilitado el centro temporal y donde dos veces al día lo veía una enfermera para tomarle los signos vitales y dale ánimos al “abuelito”, como le decían.

La fiebre había comenzado a ser una constante en sus noches, a pesar de que el frío era otro enemigo al cual enfrentar, ya que la necesidad de tener espacios abiertos hacía que, puertas y ventanas permanecieran abiertas. Si bien tenía frazadas y una gruesa pijama de franela color plomo rata le cubría, no podía tolerar lo gélido de sus pies.

“Así ya será cuando uno comienza a enfriarse” había pensado la primera noche, justo antes de escuchar que un paciente más llegaba y los denodados esfuerzos por estabilizarlo. Intentaban colocarle oxígeno a la mayor presión posible y comentaban que el tanque alcanzaría solo para unas horas y hablaban sobre las carencias logísticas que día a día tenían que afrontar.

Después más y más medicinas, entre pastillas, polvitos y ampollas en el ombligo, tratamientos a ciegas, paliativos para los síntomas que a Desiderio le habían dejado un mal sabor de boca, al punto que los alimentos le sabían a clavos oxidados.

Al tercer día las cosas comenzaron a cambiar ya que la enfermera le había puesto mayor presión en el tanque de oxígeno. Desiderio no lo había notado, pero su saturación estaba cada vez más baja y ya requería alta presión para poder respirar, lo que solo se podría conseguir en una de las siempre ocupadas camas UCI.

Respirando cada vez con mayor dificultad sentía que las fuerzas lo abandonaban y se sentía sumamente triste por terminar sus días así, solo y encerrado, representando únicamente una cifra más para las estadísticas; sin los suyos de quienes despedirse expresando tal vez un último deseo o que le tomen de la mano hasta ver que el brillo de los ojos desapareciera para siempre.

Despertar por las mañanas era prácticamente un milagro, ya que por las noches principalmente se producían las muertes y era por la mañana temprano que los cuerpos salían en bolsas de plástico negro, transportados por dos personas vestidas completamente de blanco y con botas oscuras. Desiderio vio a la muerte una de esas mañanas.

Hacía mucho tiempo que no la veía tan de cerca y de manera indubitable. Ella pasaba presurosa junto a una camilla en la que estaban transportando dos cadáveres. Volteó y reconoció a Desiderio a pesar de las cánulas y mascarillas. Alzó los brazos en señal de triunfo, pero tuvo que continuar su marcha apurada.

Desiderio presentía que el final estaba cerca. Cada vez más débil y con una sensación de ahogo constante sabía que tal vez ese podría ser su último día. Pero quiso el destino y las influencias familiares, que a las cinco de la tarde lo llevaran a una cama UCI que había quedado desocupada. Cuando llegó aun pudo ver como se llevaban a un varón jóven y limpiaban rápidamente el instrumental y aparatos médicos.

— Lo vamos a dormir – le dijo alguien – la máquina le va a ayudar a respirar mejor, pero es dolorosa la colocación, así que mejor va a estar dormido – continuó la voz, y sin esperar respuesta alguna lo sedaron.

Permaneció dormido por dos días, sin que su cuerpo responda al tratamiento, pero tampoco empeorando. Afuera la familia recibía noticias una vez al día, a las 3 de la tarde a través de las rejas y de forma tan rápida que no alcanzaba el tiempo para preguntar más detalles. “Solo hay que esperar”- era siempre la respuesta, “ya depende de su organismo.”

Al tercer día Desiderio volvió a tener conciencia a pesar de estar en un sueño lejano del cual no podía volver. Recordó que estaba hospitalizado en una situación extrema, pero sentía que estaba en un lugar oscuro, como una cueva en cuyo interior había un delgado puente que tenía que cruzar, pero alrededor había puntos de luces azules y amarillas que giraban sin detenerse lo que hacía que se mareara.

Cerró los ojos y cruzó el puente corriendo; al abrirlos sintió que estaba de nuevo en su cuerpo y podía ver y oír claramente lo que alrededor ocurría: el pitido de los aparatos electrónicos, la tos de otros pacientes, las conversaciones de médicos y enfermeras y hasta el sonido del segundero de algún reloj escondido. Pero no podía moverse, ni hablar. “Esto ya será la muerte, pues” pensó.

Luego se concentró en algunos detalles que había dejado inconclusos, el terno azul de paño que debía vestir en sus exequias había sido atacado por polillas y el rosario que con sus manos había sido elaborado por su bisnieta hacía tres días antes de internarse que no aparecía, pero de pronto sus pensamiento se vieron interrumpidos por la conversación de tres personas quienes hablaban de la necesidad de tener disponibles camas UCI para personas jóvenes y el dilema ético al cual tenían que enfrentarse cada día.

Al final lo que entendió, o creyó entender, fue que esa noche tendría que mostrar alguna mejora, la lista de espera y la presión eran cada vez mayores. “Me moriré en Huaraz y no me corro, tal vez un jueves como es hoy de otoño” pensó parafraseando al poeta.

A medianoche abrió los ojos y pudo ver varios bultos oscuros y alargados a su alrededor. Era como si se tratar de un grupo de seis u ocho hombres altos parados junto a su cama observándolo y hablando en un lenguaje que no alcanzó a identificar. Luego dieron media vuelta y se marcharon en direcciones distintas. Desde entonces ya no durmió.

Esa noche se desdobló en cuerpo y alma. Comenzó con un dolor fuerte en la cabeza, seguido por el entumecimiento del cuerpo. A pesar de estar sedado Desiderio sentía perfectamente cada cambio que ocurría; sintió un calor extraño en la espalda y en la entrepierna, a pesar de ser la hora de más frío, de pronto su pecho comenzó a temblar con ligeros espasmos pero que se hicieron más intensos cada vez.

Entonces ocurrió, sintió que comenzaba a flotar y que se acercaba lentamente al techo apenas iluminado por los colores de las luces de las máquinas. Miró abajo y se vio a si mismo echado sobre la cama, cubierto con las mantas y conectado con varios cables y cánulas a aparatos médicos y otros monitores.

Desde arriba podía ver la estancia total, ya que la sala de cuidados intensivos estaba separada por divisiones de drywall que no cubrían hasta el techo. Por eso le era posible contemplar varias camas más dispuestas en hileras, algo separadas unas de otras, todas ellas ocupadas por personas que tosían, otras que temblaban a pesar de la fiebre y otras tantas despiertas a esa hora de la madrugada completamente concentradas en sus preocupaciones o cuitas.

Hacía un esfuerzo doloroso al doblar el cuello para ver, puesto que su posición era completamente horizontal, justo como se encontraba en ese momento su cuerpo en la cama, trataba de incorporarse, pero había una fuerza invisible que lo mantenía en esa posición a pesar de que intentó varias veces colocarse en posición vertical.

Desde ese punto elevado se dio cuenta que alrededor de varias camas en grupos de cuatro a ocho, estaban las sombras alargadas que había visto junto a la suya, pero esta vez su apariencia era deforme, como si tuvieran varios brazos o alas, así también tenían varios ojos; y por la cadencia de sus voces parecía que rezaban.

Desiderio muy asustado pensó que esta vez si la muerte le había ganado la partida, y recibía el momento con tranquilidad, pero salió de pronto de sus pensamientos al ver que una puerta se abría y dejaba entrar un haz de luz más brillante aun que iluminó el espacio que se encontraba apenas alumbrado.

Al abrirse esa puerta varias de las sombras salieron flotando lentamente, luego la puerta se cerró. Desiderio hizo otro esfuerzo para mirar a su izquierda y ver su cuerpo nuevamente; su sorpresa fue mayúscula al ver a la muerte durmiendo a su lado, sentada sobre una silla; pero inmediatamente despertó y comenzó a suspenderse en el aire en busca de él.

Fue en ese momento que Desiderio escuchó que alguien decía “Haaiah”, y de pronto uno de los espectros que estaba junto a una cama cercana cambiando su aspecto de la sombra deforme de múltiples ojos, brazos y alas, a la imagen humana con un bello rostro de cejas perfectas, un par de grandes y oscuros ojos, cabellos oscuros y largos, pero con la espalda ancha y manos grandes y toscas, se elevó por los aires junto a la muerte y la encaró.

En ese mismo momento aparecieron como en medio de una niebla que invadió todo el lugar la imagen de decenas de rostros y vocecillas que rezaban pidiendo que Desiderio viva. Después todo quedó en absoluto silencio y el ambiente se tornó gélido antes que Desiderio sintiera que caía sin control justo sobre su cuerpo que yacía inmóvil en la cama.

En el mismo instante que sintió el golpe abrió los ojos y escuchó el estridente pitido de las máquinas; segundos después ingresaban corriendo dos enfermeras vestidas de color celeste cubiertas con mascarillas y protectores faciales. A pesar de los equipos de protección Desiderio reconoció las cejas y los ojos oscuros que había visto minutos antes.

— ¡Mira!, el abuelito ha comenzado a reaccionar bien- dijo la otra enfermera.

“Pucha, era verdad que la oración tiene poder” fue lo primero que pensó el viejo, para luego preguntarse “¿Habrá sido mi ángel de la guarda?”

Veintidós días después Desiderio salía del improvisado hospital en una silla de ruedas y aplaudido por médicos, enfermeras, técnicos y hasta por los propios enfermos; sin embargo, para los anales de la historia por un error de los equipos de prensa o para ponerle más emoción a la noticia, le pusieron unos años más de los que en realidad tenía, y se convirtió en el símbolo de la esperanza para derrotar al Covid.

Varios días después, aprovechando el feriado de noviembre, la familia Alegre se reunió nuevamente. Esta vez era para celebrar que el pequeño Desiderio a su corta edad había superado el duro transe de ambulancias, hospitales y hasta la posibilidad de una operación a abdomen abierto y todos los riesgos que ello traía.

Aprovecharon el día para visitar a sus muertos en el cementerio Presbítero Villón, hasta donde llegó el propio Desiderio del brazo de sus nietos, caminando por momentos a duras penas y por momentos con energía cuasi juvenil.

Al regresar comieron mazamorra de calabaza, evocaron a los suyos que ya no estaban y aprovecharon el encuentro para celebrar la inacabable vida del patriarca, que había decidido poner fin a sus intenciones de irse, sino hasta ver nuevamente a su tataranieto y tener otra vez a gran parte de hijos, nietos y demás familiares cantando, bebiendo y comiendo en casa. Era lo que más disfrutaba.

Al caer la tarde, Desiderio quiso cargar a su pequeño tocayo, pero ya las fuerzas le habían abandonado, además tenía prácticamente el peso de un niño y cada vez se le hacía más difícil comer y dormir.

Llegada la noche, se despidió de todos y lo llevaron a su cuarto. En la puerta pidió que lo dejaran solo y echó a su nieta con un ligero y delicado movimiento de manos.

— Anda ya. De aquí sigo solo- dijo y sonrió dulcemente.

No encendió la luz al ingresar a la pieza arrastrando los pies, y tal como lo había sospechado, allí estaba ella.

La muerte sentada frente al espejo de la cómoda se cepillaba el cabello alumbrada solamente por la luz de una vela. Desiderio se acercó sin temor y hasta algo de lástima le tuvo porque le parecía triste y a punto de llorar. Se colocó detrás de ella y vio como habían envejecido a través de los años. Ella le miró a los ojos a través del reflejo del espejo y esbozó una lánguida sonrisa. Desiderio se inclinó y le abrazó con su brazo derecho, luego le dio un beso en la mejilla izquierda, y apagó de un soplido la luz de la vela…para siempre.

FIN…

Escrito por David Palacios Valverde

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