Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (undécima entrega)

 Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (undécima entrega)

Continuamos con la undécima entrega del cuento del cuento “Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte”, gracias a la cortesía de su autor David Palacios Valverde

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Undécima entrega

Durante los siete años siguientes, Desiderio se dedicó a levantar la producción de las tierras de la familia, pero sobre todo continuar lo que había dejado como la nueva principal actividad económica de los Alegre: la ganadería.    

Antes de marcharse a Huaraz a buscar nuevas aventuras y trabajo, justo después de enterarse del embarazo de Alelí Cordero, el ganado se había comenzado a reproducir a una velocidad sin precedentes en la historia de Pampas, sin embargo, en los dos últimos años de ausencia, como producto de una sequía extraordinaria, heladas frecuentes y la falta de una supervisión firme, los animales habían comenzado a enfermar y a morir, la producción de leche y carne disminuyó, y como por un acto sin explicación lógica, desde su partida el apetito sexual de vacas, cerdos y borregos se había apagado como una vela, y todo había vuelto al ritmo anterior de reproducción y crianza. Es decir, entregado a la naturaleza y a la inercia.

Desiderio buscó la alianza de sus queridos primos Columbo y Pompeyo que se habían quedado a cargo de sostener aquello que habían comenzado a construir cuando regresaron de la guerra, pero se dio con la ingrata sorpresa que cada uno de ellos andaba perdido en su propio mundo, y que era nuevamente Adrián Alegre, su padre, quien con sus altibajos estaba a cargo de llevar la batuta de la economía familiar.

Columbo, colorado, menudo y de ánimo alegre y bonachón, había sucumbido presa de los encantos de una bella moza de Pariacoto, y, había tratado de desarrollar la vida entre ambos distritos, uniendo la costa y la sierra, sembrando aquí y llevando allá, o trayendo de allá para cosechar acá, sin embargo, la distancia y la falta de constancia hacía que su trabajo sea deficiente en ambos lugares.

A pesar de ello, fundó familia con la mujer que lo acompañaría hasta el día que un rayo lo fulminara cuando rodeado por hijos y nietos disfrutaban de un paseo familiar en Cátac, hasta donde habían llegado a apreciar un terreno comprado por su hijo mayor donde criarían vacas y cabras para producir queso, leche y mantequilla para la exportación.

El primo menor lo buscó insistentemente para recomenzar con sus proyectos de mejorar la raza de las lecheras. Contaba con ahorros producto de su trabajo en la hidroeléctrica, y quería traer ocho vacas Holstein que dieran cincuenta litros de lecha cada una, y un padrillo probado que le dé continuidad a esa línea y poder tener a mediano plazo las mejores vacas de la región.

— Ni para mis hijos he mandado mucho, pensando en que su futuro está en lo que podamos hacer por la ganadería. El cultivo está bien, pero con eso no vamos a cambiar mucho lo que nosotros hemos pasado y tenido – le decía, mientras tomaban unas cervezas, tratando de convencerlo de quedarse a vivir permanentemente en Pampas y prepararse para ir a Lima o Trujillo, donde podrían encontrar los animales de raza.

No lo convenció. Por el contrario, animado por ese discurso, Columbo, comenzó a pasar más tiempo en Pariacoto, ya no quería sembrar y cultivar y cada vez se orientaba más a convertirse en un comerciante de lleva y trae entre Chimbote y los pueblos de la serranía, ya que pronto Pampas sería una zona lechera y ganadera gracias a los proyectos de su primo y requeriría comerciantes para fortalecer los negocios con la costa.

El otro primo, Pompeyo, alto, blancón, narizón y de verbo fluido y dominio de la guitarra, al retornar como soldado veterano había comenzado a tener amores por aquí y por allá, generalmente con mujeres mayores que él y en algunos casos casadas, lo que generó que en algunos lugares anduviera escondido porque era buscado por maridos celosos, y por andar en esas correrías también había descuidado las tierras y el ganado familiar.

Sin embargo, fue cuando salió con una historia de no saber la edad de una nueva amante, que había resultado no solo siendo menor de edad, sino con una panza en la que llevaba a un nuevo integrante de la familia, que decidió que, para evitar tener que cambiar su forma de vida y casarse con la muchacha cuyo padre lo había buscado con su Mauser al hombro para decirle que se casaba, o él lo cazaba, había decidido emprender un largo viaje para irse hasta Quillabamba, en el Cusco, a vivir con el tío Rubén, primo de su padre.

Así que, Desiderio estaba solo, ya que con su padre se contaba algunas semanas, y luego se sabía que estaba en Chimpi, acompañado de su soledad, sus recuerdos, su trago… y allí podía quedarse semanas enteras, sin aceptar que nadie lo visite, ni que intenten convencerlo de dejar el alcohol y superar el dolor que sentía hasta ahora cada vez que pensaba en la mujer amada, dolor que parecía acrecentarse a medida que pasaban los años.

En un momento de lucidez Desiderio lo había animado a que lo acompañara a Trujillo para comprar las vacas y el toro que harían que Pampas se convierta en el mejor centro lechero de la zona.

De esto le había hablado Braulio Figueroa, quien le había dicho que, si tuviera más fuerza, tiempo y salud emprendería ese nuevo proyecto, pero que en ese entonces estaba con la mente puesta en poner una bodega en el barrio de Huarupampa en Huaraz.

Incluso le había mostrado la fotografía de una Holstein y sobre todo le había hablado de la gran cantidad de leche que producía, casi diez veces más de lo que hacían las vacas regionales.

Padre e hijo viajaron a pie hasta Casma, como lo habían hecho quince años atrás, pero mucho más rápido y ligero, pues iban sin carga y Desiderio ya no era un niño, y más bien caminaba rápido por su experiencia como soldado y constructor, y era Adrián Alegre que ya con la salud deteriorada a pesar de no tener tantos años encima, quién tenía un ritmo cansino.

Luego, abordaron un camión carguero que los llevó hasta el valle de Virú, donde luego de caminar un día más, llegaron a una hacienda ganadera en la cual lograron adquirir una vaquillona Holstein medio enferma y mal alimentada, pero que era lo único que los ahorros de Desiderio habían podido cubrir.

— Si el Cáceres no me hubiese robado nuestro oro, nos llevaríamos las siete restantes – le había dicho Adrián Alegre a su hijo, cuando vio en él la desazón al ver que el dinero conseguido, aun a costa de arriesgar el pellejo, alcanzaba a penas para una ternera tierna y raquítica.

Durante el viaje hablaron muy poco. Era la forma como habían desarrollado su relación de padre a hijo desde siempre y ambos se sentían cómodos así.

Varios años después las hermanas Cordero siempre la insistían a Desiderio “Habla más con tu papá, se quedan callados cuando están juntos” …, pero ambos hombres sabían que cuando hablaban lo hacían de manera clara, directa y suficiente. Alguna vez se habían burlado juntos de un diálogo entre dos hombres en el campo, en el que habían hablado mucho, pero habían dicho muy poco.

Cuando llegaron al pueblo había gran expectativa, porque arribarían con una recua, ocho lecheras de raza pura, europeas y un padrillo probado, que tal vez iría a pelear en las noches de luna o lluvia con los toros de Kárak y Bombóm.

La esperanza de progreso de muchos estaba puesta en esa industria lechera que el menor de los Alegre emprendería con la compra de las vacas germano-holandesas empleando los ahorros de toda su vida, y que una vez instalada la empresa ganadera daría trabajo a muchos de los hombres que no tenían oportunidad más allá de sobrevivir en sus campos.

Llegaron negros, quemados por el sol de la costa que no les perdonó un instante, cansados del largo viaje y jalando la joven ternera que no tenía edad aun para proveer leche y que en los días que había durado el viaje, parecía haber adelgazado.

Así que, una buena cantidad de pobladores vieron subir por el caminito de Kéyok, a padre e hijo jalando una escuálida ternera que parecía cualquier vaca serrana como las que criaban. Solo el color era diferente ya que el flordehabas no era frecuente en el ganado vacuno de la región.

Fueron blanco de la burla, pues, según lo que se decía iban a llegar con una docena de robustas vacas derramando leche por doquier y además llevarían un toro gigante, capaz de dar carne para el pueblo entero o retar a los míticos toros de Kárak y Bombóm.

Desiderio no se amilanó, llevó a la vaquillona a la que llamó “Caresuegra” a sus tierras de Huanchacc Pucrán. La crio con dedicación, escogiendo la mejor alfalfa para alimentarla, dándole las escasas piezas de zanahorias y tomates que conseguía, dándole solamente agua reposada de un día y hablándole con el mismo cariño con el que les hablaba a las hermanas Cordero.

El animal agradecido respondió. Paulatinamente y sin prisas comenzó a desarrollar hasta alcanzar una adultez plena, entregando al inicio veinte litros de leche a diario. Le faltaba cría, pero al no contar con recursos para buscarle un padrillo de su misma raza, se conformaron llevando desde Cajamarquilla al astado padrillo que la familia Hinostroza alquilaba por cinco sacos de papa al día.

Ya con una cría hembra, la capacidad de la ternera se duplicó y cuando la nueva vaquillona creció se pudo apreciar que habían predominado los genes de la madre. Cuando nuevamente llevaron al padrillo desde Cajamarquilla y nació un ternero, también este parecía un Holstein de raza pura y que sería el padrillo propio de esa crianza. Mientras tanto Desiderio iba comprando el mejor ganado que encontraba en los alrededores.

Así, al pasar los años ya contaban con una veintena de vacas que proveían muy buena cantidad de leche e iban preparando a “Amoroso” para que sea el padrillo de esa recua.

– Ahogado Dishi, caray, ese toro va a ser peor que tú- le decía Columbo cada vez que lo visitaba y veía la consagración con la que Desiderio se dedicaba al torete, y en clara alusión a la cantidad de hijos que iban naciendo en la casa de las hermanas Cordero.

En efecto, en esos siete años se habían completado los nueve hijos varones de Desiderio: Manuel, el mayor, Amador el primer hijo de Alelí, y luego de ellos, Porfirio, Abraham, Pafundio, Renato, Fredy, Darío y Eleazar. Quienes crecieron juntos y revueltos en la casa materna, con abuelos dedicados, un padre cercano pero concentrado en el emprendimiento ganadero, y la fortuna de tener una madre y una tía fundidas en una sola.

Azucena Cordero tuvo en total cinco hijos y Alelí dio a luz cuatro varones hijos de Desiderio. Incluso dos de ellos – uno de cada madre – habían nacido el mismo año y en el mismo mes, además con gran parecido físico, por lo que, siempre se creyó que eran gemelos.

En su primera infancia frecuentaron los mismos lugares, la casa, la chacra, la escuela, la casa de la abuela Emilia, y pasados los años se pudo confirmar que cuando tenían tres años involuntariamente habían intercambiado identidades en una cosecha de papas que se vio interrumpida por un fuerte aguacero y desde entonces habían sido considerados hijos de la tía.

El viejo se quedó dormido y todos decidieron salir de la habitación. El día había estado recargado de emociones y momentos de mucha intensidad, así que, para un anciano de una centuria y un año más, una siesta le caería muy bien. Solamente uno de sus nietos se quedó en la habitación, a oscuras, sentado en la misma poltrona que había ocupado la muerte a lo largo del día. El usaba un dispositivo móvil que daba una tenue luz a la estancia.

Desiderio consiguió un reparador descanso. En pocos minutos había logrado conciliar un profundo sueño que le había permitido transportarse rápidamente a aquella época de su vida en la que había sido inmensamente feliz cazando sapitos en el riachuelo.

Lo apacible de esas imágenes se pudo apreciar de inmediato en el surcado rostro que esbozó una apretada sonrisa de placer y calma, y los músculos de su cuerpo fueron relajándose completamente.

Soñaba con Nicéfora Chuquimantari, pero luego sin que pudiera evitarlo, ella se iba rio abajo sin oír los gritos que él daba, hasta perderse en las brumas. De allí mismo emergía una niña de unos siete u ocho años que caminaba directamente hacia él, arropada en un vestido blanco hasta los tobillos.

Cuando se acercó a cuatro pasos de él, el anciano durmiente podía reconocer en su sueño unas facciones que se le hicieron familiares. Dio dos pasos y pudo apreciar los ojos chiquitos, color candela y de una extrema profundidad nunca antes vista por él hasta aquella vez de la patada de la mula en sus costillas que casi le cuesta la vida, hace tantos años, que parecía ser otra vida diferente.

Era ella, estaba seguro. Pero en el cuerpo robusto de una niña de prominente barriga, bracitos gruesos y mejillas rellenas y sonrosadas. No tenía maquillaje como la solía ver siempre y tampoco vestía traje de novia, pero con toda seguridad se trataba de ella.

— ¿Qué cosa ya quieres, persiguiéndome hasta en mis sueños? – le increpó resoluto. – Toda mi vida me has sigueteado y me has hecho sufrir llevándote a mis seres más queridos y haciéndome ver los horrores de este mundo. ¿Qué cosa ya quieres ahora? –

Ella no le respondió y solo se quedó mirándolo con esos ojos de fuego que penetraban los ojos de quien se atrevía a sostenerle fijamente la mirada. El dio un paso más y sintió el fétido aliento a azufre, entonces se convenció totalmente que era la misma figura espectral que había estado frente a él antes que se viniera en aguas hacía casi una hora.

—Voy a tomar lo que más quieres, a ver si así terminas tus días respetándome – le contestó con la misma voz que había oído, entre rugido de puma y claxon de camión. Luego dio media vuelta y se dirigió rio abajo, por el mismo lugar por el que había llegado.

Desiderio se apresuró a correr tras ella, pero su imagen se desvanecía y era como tratar de detener el vapor entre las manos. Luego al girar la mirada a la derecha la pudo ver, como siempre la había visto, gorda, rolluda, con excesivo maquillaje en la cara y vistiendo el mismo vestido de novia cada vez más sucio.

Se sintió corto para volver a hablarle y más bien ahora sí, le tubo temor, pero no por él mismo, sino por lo que el espectro le había dicho. ¿No había sido suficiente que le haya quitado a sus padres, amigos, primos, algunos hijos y a sus mujeres a lo largo de una centuria?

Hasta ese último día y ese último momento, él jamás le había retado y cada encuentro había sido una circunstancia aciaga en la que el temor, el dolor, el llanto o la pérdida de alguien cercano habían marcado cada tropezón con la muerte, de los cuales había logrado huir y deseado no volver a toparse con la pendeja, como le decía hacía muchos años.

Fue en ese momento que el anciano despertó con los gritos en la sala de la casa en la que estaba toda la familia esperando la entrada de la noche o que él despertara, o que por fin expirara como lo había anunciado cuando decidió invitarlos y organizar ese encuentro, único en diez décadas.

Había desesperación en el ambiente, gritos, gente corriendo a la cocina a llevar agua o pan, otros llamaban por teléfono y la inmensa mayoría en silencio, mirándose con desesperación o tratando de encontrar una explicación a todo lo que en ese momento ocurría.

El pequeño Desiderio era el hijo primogénito del nieto mayor de Amador Alegre, el segundo hijo del viejo Desiderio y había sido llevado expresamente desde Lima, donde vivía junto a sus padres, a conocer al tatarabuelo, que iba a pasar a mejor vida.

La ilusión de la fotografía con el venerable anciano, los dos Desiderios juntos, había sido satisfecha ya, en las primeras horas de la mañana, y ahora el pequeño que pronto cumpliría un año de edad, sufría el aburrimiento de no poder alejarse de los brazos de su madre.

Sin embargo, y ante la desesperación de todos comenzó a expulsar sangre por la boca y un incontenible llanto comenzó, mientras los atribulados padres trataban de encontrar alguna explicación lógica al suceso.

— Se lo ha comido – dijo una niña de unos cuatro años, bisnieta del viejo Desiderio, señalando el arete de la oreja derecha de la madre del pequeño Desiderio, quien al tantear el lóbulo izquierdo cayó en cuenta que el arete no estaba.

Uno de los hombres tomó al infante por los tobillos y lo colgó como un pollo tratando de lograr que devolviera lo tragado, pero fue en vano. Su padre trató de introducir los dedos por la boca del pequeño, pero cejó en el intento al convencerse que la maniobra era inútil.

Mientras tanto, con mucha dificultad Desiderio se había puesto en pie y comenzó el camino hacia la sala. Pasó en frente del nieto que dormía con el celular del cual se alcanzaba a oír una melancólica canción apoyado en su pecho, no encendió la luz y avanzó raudo arrastrando los pies descalzos, el silbido de su pecho se había hecho más chirriante y las artríticas manos tanteaban las paredes.

Apareció de pronto en la iluminada estancia que en ese momento era el centro de acciones desesperadas por tratar de socorrer a su tataranieto. Pero cuando lo vieron, todos callaron, incluso el pequeño, y más bien se apresuraron en correr a su lado para poder brindarle soporte pues sus raquíticas pantorrillas parecían quebrarse como una varilla.

Pero el anciano extendió los brazos y quienes corrían a su alcance se detuvieron como repelidos por una fuerza irresistible e invisible que los obligó incluso a retroceder un paso y quedarse quietos.

— ¿Quién está mal? – preguntó el viejo, pero no obtuvo respuesta. – ¿Quién está mal? – volvió a preguntar sin que nadie se atreviera a contarle lo que ocurría por no preocupar a un frágil anciano que acababa de tener un episodio grave en su salud. – ¿No me escuchan?, ¿No me van a responder?, ¿Qué pasa con ustedes? ¡Gua! – expresó sacando a flote su autoridad viril como en los años mejores de su plena adultez.

Fue entonces que le contaron lo que estaba aconteciendo, aun con los escasos detalles que se tenían. Desiderio sintió un vaguido profundo y las piernas le comenzaron a temblar y antes que los nietos lleguen a soportarlo cayó ligeramente al suelo desvanecido por el impacto de la noticia y expresando:

— Es mi culpa, ella está queriendo castigarme…-

Desiderio llegó por primera vez a Lima en las fiestas patrias de 1953, el día que cumplía treinta y dos años de edad, y luego de haber pasado siete años seguidos en Pampas desde que regresó de la aventura en el Cañón del Pato que le había permitido conocer al sabio Antúnez de Mayolo y formar parte de ese histórico proyecto, el cual había abandonado luego de conocer los tenebrosos hechos acontecidos en su construcción.

Había emprendido prácticamente solo el proyecto de la crianza de ganado y la industria lechera en Pampas, donde se habían burlado de él cuando llegó con su única vaca de raza, pero que, al pasar los años, había logrado tener hasta cuarenta y un vacas entre finas y comunes, cuya leche y producción de queso eran enviados a la costa, y en la que un entusiasta comerciante de nombre Columbo Alegre se había visto favorecido.

También el emprendimiento había servido para dar empleo a muchos paisanos. Primero fue Desiderio, con el apoyo de la familia Cordero, e incluso sus niños mayores que sacaron a flote un proyecto que parecía hundirse por los múltiples requerimientos de la crianza de ganado fino, pero al pasar la parte difícil y encontrar un punto de gravitación sobre el cual todo comenzó a fluir, las cosas se hicieron más llevaderas

Así que, pasado el segundo año, ya habían comenzado a contratar mano de obra externa a la familia, para poder participar en las actividades de alimentación, cuidado y explotación de los animales y la industria quesera y lechera. Varios de los que se habían burlado en la llegada de la primera Holstein eran ahora los encargados de mantenerla aseada y limpiar su mierda.

Las cosas se comenzaban a acomodar. Había una economía familiar que no solo era de tranquilidad, sino, como en el pasado comenzaba a rendir como para tener ahorros materializados en piedras de oro, además de la inversión en más y mejor ganado; la situación en casa de las Cordero se había estabilizado y habían encontrado un expreso o tácito acuerdo para estar juntos, Adrián Alegre cada vez se acercaba más a la familia y sus episodios de angustia eran menos frecuentes.

Sin embargo, el gusanillo de la curiosidad por conocer ese mundo fantástico de museos y monumentales obras del cual había escuchado siempre le mordía la oreja. A su retorno a Pampas, había terminado la Segunda Guerra Mundial que Desiderio había seguido a cuenta gotas en la medida que lo permitieron las escasas noticias que llegaban a su tierra.

Asimismo, en el Perú el Presidente Manuel Prado había cumplido su administración hasta el año 45 en que José  Luis Bustamante y Ribero había sido elegido como Presidente de la República, pero no había podido terminar su mandato porque el 26 de octubre de 1948, Manuel Apolinario Odría, un General del Ejército lo había derrocado, para luego hacer una pantomima en la que Zenón Noriega asumió la Presidencia por cuarenta y ocho horas para luego cederla nuevamente al militar tarmeño, que inició un ochenio dictatorial.

Días previos se había producido una revuelta política, de la cual Desiderio había logrado tener noticias semanas después, cuando su primo Columbo le alcanzó un periódico decolorado que había llegado a Chimbote. El recordaba de los relatos de Desiderio cuando había estado en la cárcel de Huaraz y había oído de la rebelión de los apristas del año 32. En el diario se podía leer:

“A la medianoche del domingo 3 de octubre, elementos de la Marina de Guerra –principalmente subalternos– y civiles armados (identificados posteriormente como militantes del Sector Sexto del Apra) se sublevaron en el Callao y asaltaron el Cuartel del B.I. 39, el Real Felipe y la comisaría. Se producen enfrentamientos. Los sublevados, al mando del capitán de fragata Enrique Águila Prado, apresaron a los jefes y oficiales de la Escuela Naval y del Arsenal Naval y a los cadetes. Los combates duraron hasta las cuatro de la tarde.

Simultáneamente, los civiles armados –apristas– atacaron la Central de Teléfonos, lograron interrumpir las comunicaciones. En el hotel Palacio, frente al patio de honor de Palacio de Gobierno, se instalaron siete petardos y una botella de gasolina con mecha. Versiones no oficiales dan cuenta de más de 300 muertos.

Como consecuencia de esta rebelión, el presidente José Luis Bustamante y Rivero declaró al Apra fuera de la ley por ser causantes e instigadores de la sublevación

A los pocos días, el general Manuel A. Odría derrocó a Bustamante y Rivero. Desiderio leía con emoción cada línea del reporte periodístico y le decía a su primo.

—Pucha, todo lo que está pasando allá afuera y yo aquí jalándole las tetas a las vacas … Mira- le decía mostrándole otras noticias que aparecían en el periódico, que dedicaba unos recuadros con información de la Primera Guerra Árabe- Israelí y al bloqueo que sufría Berlín.

Y era verdad, las noticias de Europa y las de Lima eran igual de lejanas en aquella época, y llegaban muy de vez en cuando, cada vez que Columbo hacía la travesía con su recua de mulas llevando víveres y chucherías de la costa para retornar con porongos llenos de leche fresca, y jabas de quesos, mantequilla y carne.

Mientras tanto Desiderio alimentaba su desbordante deseo de salir nuevamente de su tierra a vivir en ese mundo del cual se escribía en los periódicos o se escuchaban noticias en las señales de radio.

Pero cada vez que se ilusionaba con una nueva salida nacían más y más terneros, la producción de leche crecía, alguno de sus hijos enfermaba, o se le presentaba un nuevo proyecto. Así fue dilatándose el tiempo y reprimiendo sus anhelos mientras “Caresuegra”, “Cajonera”, “Mistura”, “Mallqui”, “Esperanza”, “Lirio”, “Tesorera” se convertían en los cimientos sobre los cuales se sostenía la economía de la familia Alegre, Cordero y de buena parte de Pampas.

Pero como toda bonanza es efímera, la calamidad llegó nuevamente a su vida, cuando una madrugada de abril despertó en medio de un silencio ensordecedor. Solo, en su chacra de Huanchacc Pucrán en medio de una absoluta penumbra encendió una vela que se apagó de inmediato. Entonces lo supo. Ensilló rápidamente su caballo y se dirigió a todo galope rumbo a Pampas.

Una tenue garúa acompañó su trayecto y el triste mugido de sus vacas como despidiéndolo marcó su partida. Su perro “Ringo” trató de seguirle el paso, pero la velocidad del equino hizo que el can quedara rezagado, pero continuó estoico su camino detrás de su amo.

Mientras galopaba, sus pensamientos se perdían en todos los hechos que habían marcado su infancia. Sus múltiples enfrentamientos a la muerte los cuales había ganado todos, sin saberlo, sin proponérselo y hasta en algún momento sin esforzarse, pero también sabía que su entorno siempre estaba expuesto, había muerto su madre, sus compañeros en prisión, sus compañeros de guerra; había visto el horror al recuperar cuerpos en el aluvión, en cerrarle los ojos a camaradas en las trincheras o a su amigo en medio de un derrumbe.

Pero estaba allí nuevamente, en la tierra que lo había visto nacer y a la que siempre volvía y volvería, en la que había tenido a sus adorados hijos y que ahora le estaba dando la oportunidad de sacar a flote un negocio del cual pendía el futuro de su familia.

Llegó a la casa familiar cuando el amanecer despuntaba. Se apeó de un salto y golpeó con fuerza la puerta recibiendo como respuesta los ladridos de los perros y el relincho aliviado del caballo, que siguió de largo con su trote.

Minutos después una mujer que vivía hacía ya varios años en la casa le abrió asustada y solo se hizo de lado dejándolo entrar raudo hasta la habitación de la mamá Emilia. La anciana había expirado hacía pocos minutos sin que nadie lo esperara.

Desiderio se arrodilló frente a ella, y apoyó su frente en el vientre del cuerpo inerte, exactamente como lo había hecho años atrás cuando retornó y le había dicho:

— Casi me he muerto, má…- y ella risueña le había respondido:

— Tú siempre estás por morirte y siempre sales caminando-

No lloró, pero se guardó ese dolor intenso para más adelante. Estaba tranquilo porque le había dado todo a la vieja mujer que había sido su madre y le había guiado con sabiduría todos los días de su vida. Continuara…

Fin de la undécima entrega
Escrito por David Palacios Valverde

Próxima entrega: jueves 01 de abril de 2021

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