Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (primera entrega)

 Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (primera entrega)

Tal como lo anunciamos, te traemos de manera gratuita y gracias a la cortesía de su autor David Palacios Valverde, la primera entrega del cuento “Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte”, el cual está inspirado íntegramente en los sucesos históricos de nuestra región. ¡Disfrútalo y comparte!

Primera entrega

Aquella remota tarde del agosto más lluvioso de la década, se produjo una extraordinaria e histórica reunión que llegó a congregar a cinco generaciones enteras. Muchos de ellos rodeaban la cama de moribundo de un anciano postrado de apenas treinta y tres kilos de peso; ese mismo día era su centésimo primer cumpleaños; y, a pesar de conocerse que eran las últimas horas de Desiderio Alegre, había un ambiente de fiesta, porque había llevado una vida plena y digna en la que había logrado escapar de la muerte varias veces a lo largo de sus treinta y seis mil ochocientos noventa días de existencia.  

En la enorme casa de campo cercana al rio Santa se podía escuchar a grupos de personas que cantaban en el patio acompañados apenas por una guitarra, otros se tomaban fotografías con primos, sobrinos, tíos y tíos abuelos, ya que era la primera vez, y tal vez la última, que toda la descendencia del anciano se había congregado a acompañarlo en este último trance que él había decidido sea en esa fecha.

Estaban presentes los Alegres en pleno,es decir todos los descendientes directos de Desiderio. La gran mayoría de ellos acompañados por sus respectivas esposas, esposos, novias y compañeros de vida. Una prole que se había iniciado hacía ocho décadas atrás con nueve hijos varones, y que a la fecha del cumpleaños ciento uno del tronco principal, su linaje se había extendido, no como árbol genealógico sino como enredadera frondosa, hasta llegar a los sesenta y cinco sucesores adicionales: veintiún nietos, cuarenta y tres bisnietos y un tataranieto, un pequeño que llevaba su mismo nombre y que había nacido en circunstancias comparables a las de su tatarabuelo.

En la rústica habitación se encontraban rodeando la cama del anciano los hijos que aun vivían, pues Desiderio había tenido ya, que enterrar a dos de ellos y cremar a uno. “Es un castigo divino el que los padres debamos sobrevivir a los hijos, es como si nos arrancaran los ojos con un cuchillo caliente causándonos el mayor dolor posible, al marcharse un pedazo de nuestra propia existencia”, había dicho en su discurso durante el sepelio de su hijo mayor, veintidós años atrás.

También estaban presentes algunos nietos ya sexagenarios quienes, compartiendo una copa de pisco, entre risas y momentos de nostalgia, iban recordando anécdotas ocurridas hace medio siglo con el divertido abuelo que siempre tenía mil historias que contar.

Algunos hombres y mujeres más jóvenes filmaban las escenas con sus modernas cámaras para inmortalizar el instante, e incluso en algún momento ensayaron una entrevista con el viejo hombre, pero él la había rechazado.

Confundidos entre todas las personas, se encontraban de pie y conversando amenamente los fantasmas de Columbo Alegre quien fuera primo, confidente y mejor amigo de Desiderio hasta siete años atrás cuando cayó fulminado por un rayo durante un paseo familiar; los fantasmas de dos mujeres, las doñas, las hermandas Cordero que habían sido madre y tia de los nueve hijos de Desiderio, y el fantasma de don Adrián Alegre, su amado y misterioso padre.

Un par de metros más allá, en una esquina lúgubre, justo después de algunos recuerdos que flotaban melancólicos se encontraba la muerte. Ella descansaba pacientemente sentada sobre un mueble de tela con apoyabrazos de madera. Gorda, rolliza, con su vestido blanco y su rostro exageradamente maquillado, justo como se le había presentado por primera vez a Desiderio hace un siglo y un año exactamente. “Esta vez será la definitiva” había pensado el espectro, mientras se incorporaba para dar una vuelta, pues la espera ya había sido larga.

Solamente el anciano la vio pasar a través de todo el gentío reunido en su cuarto, algunos de los cuales lo trataban como una pieza histórica, sacándose fotografías con él, invadiendo su espacio y su momento íntimo con sus hijos.

La vio desplazarse lentamente y dirigirse hacia la puerta abierta. Ya en el umbral se había detenido y lo había mirado por unos segundos, con esos ojos que dicen expresan el adiós definitivo; luego, continuó su camino hacia el corredor.

— ¡No te me vayas a ir, hoy es el día! – gritó Desiderio con la voz y la mirada dirigiéndose hacia la puerta.

Todos en la habitación se quedaron en silencio y volvieron la mirada, pero no vieron nada, y al cabo de un par de segundos el bullicio volvió y todos ignoraron la situación, pues muchos creían que la demencia senil ya había abrazado al venerable geronto.

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La muerte salió por el corredor y se topó con un grupo de mujeres que apresuradas disponían los últimos detalles del almuerzo del encuentro familiar de aquella magnitud; así que, esquivando ollas, platos y bandejas recorrió el largo pasillo que llevaba hasta el patio en el que se criaban animales menores, luego doblando a la izquierda se detuvo debajo de un ciprés para guarecerse de la mangada que comenzaba con fuerza.

Desde ese punto había vista directa a la ventana de la pieza de Desiderio. Él la vio a través del cristal y sintió pena por ella, se le veía tan vulnerable tratando de cubrirse del chaparrón que ya se manifestaba en toda su magnitud, se le veía tan indefensa rodeada por personas que circulaban corriendo por su lado sin respetar su autoridad y fama de ser el ser más temido en nuestro mundo.

El viejo le hizo una señal con la mano dándole a entender que esperara, que no se fuera; por último, incorporándose en la cama hasta quedar sentado, cambió el gesto y le pidió que se acercara. Hijos y nietos voltearon la mirada hacia la ventana y solo vieron el agua deslizarse por el vidrio, y allá afuera a los muchachos y niños que corrían buscando refugio para evitar mojarse.

Desiderio rio de buena gana despertando la curiosidad de los presentes que le preguntaron inmediatamente el motivo de su alegría.

— ¿De qué pues, te has acordado? – le preguntó uno de sus hijos, hablando exageradamente en voz alta y con lentitud, como si el anciano fuera sordo.

— Me rio no más – contestó el viejo – una docena de veces me he escapado de ella y ahora que la necesito, está queriendo irse apuradita –

— ¿En qué estará pensando? – señaló uno de sus nietos.

— ¿Quién papito? ¿de quién nos hablas? – inquirió una nieta acercándose hasta el oído del viejo.

— Ella pues… ya me voy a entender con ella- dijo el anciano mientras se recostaba nuevamente, con una sonrisa en los labios.

En ese momento entró una niña vestida de azul y anunció que ya estaba listo el almuerzo, y que quienes querían quedarse en la habitación acompañando a papito Dishi debían decirlo para que les lleven la comida; pero Desiderio que tenía el sentido del oído intacto, insistió en que lo llevaran a la sala para que almorzaran todos juntos.

Otro gran alboroto se armó para la salida del anciano, llevaron la silla de ruedas, pero él insistió en ir caminando. Sus débiles y temblorosas piernas apenas si lograban sostenerlo por lo que recibió el apoyo de dos personas para poder mantenerse en pie y dar algunos pasos que lo llevarían al espacio acondicionado con sillas alrededor y en el cual rápidamente habían puesto y adornado una mesa para él y los más longevos.

Fue entonces que uno de sus hijos tomó la palabra y pronunció una encendida alocución destacando las virtudes, anécdotas y la historia de vida del padre centenario.

Y esa fue la chispa que encendió una explosión de muestras de cariño y reconocimiento; algunos recitaron poemas escritos por el anciano cuando estuvo preso, otros leyeron la carta que le escribieran sus compañeros de trinchera cuando regresó herido en medio de la guerra con Ecuador, algunos contaron la historia del aluvión de 1941, otras cantaron rememorando un año más del devastador terremoto que azotó la región, y en la que el abuelo había jugado un importante rol en el rescate de heridos y ubicación de personas desaparecidas.

Se pasaron toda la tarde rindiendo homenaje al viejo hombre, quien emocionado escuchaba atento y melancólico y cada cierto tiempo dejaba correr un par de lágrimas por sus arrugadas mejillas, y poco a poco iba recordando su historia y todas aquellas remotas situaciones, dulces o aciagas que lo habían conducido inexorablemente a ese momento.

Había nacido el año en que la patria celebraba su primer centenario de vida independiente, en un mundo muy diferente al actual y en una tierra en la que no había electricidad y las vías de acceso eran muy limitadas por lo cual solamente se andaba a lomo de bestia o bestia a pie, como jocosamente le decía su padre cuando les tocaba hacer largos trayectos.

Su pueblo ni siquiera tenía una fundación formal o creación política, solo era conocido como “Pampas”, y sus habitantes estaban dedicados a la agricultura y ganadería casi en su integridad.

En una precaria construcción con una banderita de tela vieja flameando, funcionaba la escuela donde los niños y adolescentes del pueblo tenían una sola aula y un solo profesor que repartía su tiempo instruyendo al grupo organizado por edades y grado de avance.

El maestro Colonia hacía un largo viaje desde Casma y se quedaba dos meses enteros, luego de los cuales desaparecía por una semana siendo el mejor momento de niños y adolescentes que aprovechaban ese tiempo para pasear y jugar libremente por el pueblo, ya sea en el chorro de agua ubicado cerca de la iglesia, en Pucaquita a donde iban a nadar y buscar amores, o en caminatas hasta Canchón punta, el Apu guardián de esas tierras.

No había posta de salud, por lo que en los casos extremadamente graves había que llevar al paciente en camilla caminando varios días hasta Huaraz o hacia la costa, muchas veces con consecuencias fatales ya sea por la demora en conseguir la atención o por las propias vicisitudes del camino.

Los demás casos eran atendidos por los curiosos, hierberos, matronas o hueseros, empíricos que se arreglaban con lo que tenían a la mano para ayudar a los enfermos, embarazadas o accidentados. También curaban del susto o del mal de ojo, principalmente a niños o bebés, shokmándolos con huevo de gallina, o cuyes vivos en los casos más complicados.

Las pocas familias que habitaban el pueblo tenían además de sus casas en Pampas, sus propios fundos, chacras o querencias, donde solían quedarse varios días cultivando la tierra o cuidando a sus animales de predadores como pumas, zorros o gatos monteses.

Algunos ex combatientes tenían aun los fusiles Mauser, o los Chasepot o Remington usados en la guerra con Chile, de cuyo final se tuvieron noticias por estas tierras todavía un año después de firmado el Tratado de Ancón, cuando se produjo el retorno en grupo de voluntarios y conscriptos.

Usaban estas armas para protegerse de los abigeos que de vez en cuando llegaban desde otras tierras, y de los feroces animales que atacaban sin piedad a vacas, ovejas, gallinas o cuyes, e incluso en tiempos de hambre extremo habían llegado a atacar a las personas.

Fue entonces, en 1921 en el marco de la celebración patriótica que Desiderio naciera en Chimpi, la alejada chacra de los Alegre, a tres horas de caminata desde Pampas. Su madre doña Consuelo había sobrellevado un complicado embarazo, pero sin dejar de hacer las labores de casa y campo. Don Adrián Alegre, debió haber llegado la mañana anterior, pero por ayudar a conseguir un mástil para el izamiento de la bandera, y otros temas propios de la organización de la celebración de tan importante fecha nacional, había demorado su llegada por un día.

Doña Cunshi completamente sola en el apartado lugar comenzó con los dolores de parto. Dejó de ordeñar a la vaca y casi a rastras intentó llegar hasta su lecho, pero no lo había conseguido.

Al cabo de varias horas de intenso dolor y frustrados intentos de alumbramiento, dio a luz al pequeño varón de dos kilos y medio de peso; pero había sido tal el esfuerzo, el desangrado incontenible y otras complicaciones de la gestación, que al cabo de algunos minutos de cruel agonía perdió la vida trágicamente.

El bebé lloraba de manera dramática e incontenible, sin nadie que lo oyera y auxiliara a kilómetros a la redonda. Continuará…

Fin de la primera entrega
Escrito por David Palacios Valverde

Lee la segunda entrega aquí
Lee la tercera entrega aquí.
Cuarta entrega: jueves 03 de diciembre de 2020


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