Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (decimocuarta entrega)

 Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (decimocuarta entrega)

Continuamos con la decimocuarta entrega del cuento del cuento “Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte”, gracias a la cortesía de su autor David Palacios Valverde

Lee las anteriores entregas aquí.

DECIMOCUARTA ENTREGA

Se despidió de su padre solo con un hasta luego, como si fueran a volver a verse en dos horas, pero la separación tardaría dos lustros hasta la vuelta a casa. Ni siquiera se acordaron que era el cumpleaños de Desiderio cuando raudamente Adrián Alegre recibió el pago por el ganado y decidió, previo cambio de caballo, regresar a su tierra, antes que las lluvias se pongan más intensas y dificulten su retorno.

Desiderio en cambio le pidió posada al tío José y antes de ingresar siquiera a la casa, buscó un espacio para enterrar a “Ringo” cuyo cadáver llevaba ya más de un día envuelto en el poncho de su amo y amarrado a la grupa del exhausto corcel. No había querido dejarlo en el camino, pues era su fiel compañero que estuvo a su lado en los mejores y peores momentos de los últimos años en Pampas.

Mientras escarbaba con la barreta metálica que le habían prestado no pudo evitar derramar un par de lágrimas por el canino que había compartido con él esta última aventura al cruzar la sierra, el páramo y el desierto. “Pucha, a veces el cariño a un animalito es tan fuerte como si fuera a una persona”, pensaba mientras se enjugaba las lágrimas con la palma de la mano izquierda.

Esa noche no durmió. Se tomó su tiempo para buscar un lugar apartado y llorar su tristeza, su rabia y su frustración.

Lloró por su madre y abuela que se había ido de su vida en el mejor momento, cuando su diferente familia se había ya establecido, cuando su padre asentaba cabeza decididamente aun a edad avanzada, cuando su empresa lechera comenzaba a despuntar, cuando la necesitaba más que nunca para contarle de sus desvariantes sueños y sed de aventuras; para contarle de Alelí, Azucena y ese entuerto delicioso en el que se desarrollaba su vida, en la que podía dormir una noche en una cama, o en la otra, o en las dos.

Quería contarle más sobre sus hijos y cuanto los amaba, y que siempre trataba de ser un padre cercano y cariñoso para que ellos no tuvieran que sentir el vacío que él había experimentado en sus primeros años por la frialdad y el ir y venir del padre casi siempre ausente.

Pero los últimos años habían sido más bien de visitas cortas a la abuela, de conversaciones sobre los asuntos de la lechería, la casa, las tierras. Sobre solucionar problemas domésticos y estar siempre al tanto de la salud de la abuela. Habían quemado tantas horas hablando del padre Guimaray y su llegada al pueblo, sobre si era ya momento que Pampas tuviera su cura de planta o si era mejor que todavía sigan llegando los clérigos con su talega y marchándose con un burrito bien cargado.

-Ese cura trae ideas comunistas- le había dicho una vez, sorprendiendo a Desiderio que su abuela tuviera tanta claridad en identificar la ideología del sacerdote que no se cansaba de dar mensajes sobre clases sociales y la lucha que debía haber entre estas, en que la propiedad debía ser común y que había países que desarrollaban exitosamente ese modelo. Pero más le sorprendía a Desiderio que la anciana a pesar de haberse recluido en sus tinieblas, se mantenía actualizada de todo lo que ocurría en Pampas, con lujo de detalles y hasta analizando las situaciones concretas.

“A veces desperdiciamos tanto tiempo y palabras en cosas que luego no tendrán importancia” pensaba Desiderio mientras fumaba, dejando que el cigarrillo ilumine tenuemente su espacio cada vez que aspiraba.

Lloró de rabia y frustración por la forma como había perdido prácticamente todo su negocio en cuestión de días y por un capricho de la naturaleza que quiso que una peste que no se había visto nunca antes en Pampas aniquilara su ganado en cuestión de días, logrando salvar trece cabezas de ganado. Pensar en retomar la empresa en este momento resultaba poco menos que imposible, pues no sabían cuánto tiempo más podría durar el ántrax o si podía regresar en cualquier momento. Su negocio había fracasado y ahora tenía que hacer frente a la decena de bocas que debía alimentar.

Lima se presentaba como una oportunidad soñada. Ya había llegado hasta allí y por lo que decía el tío José, habría oportunidades de trabajo y de conocer la ciudad capital la ciudad de los reyes, la tres veces coronada una Lima emergente que en aquella década comenzaba a recibir las grandes oleadas migratorias de la sierra y selva del país.

El amanecer lo sorprendió todavía con un doloroso nudo en la garganta, pero su exhausto cuerpo no aguantaba más. Después, durmió dos días enteros sin soñar. Era como si el subconsciente también se sintiera cansado de la larga travesía y todos los acontecimientos amargos que habían ocurrido en pocas semanas.

Tampoco la muerte lo había perseguido en esa ocasión hasta sus sueños o pesadillas. Ya había pasado mucho tiempo desde la última vez que se vieron. Ni siquiera en la arremetida de los bandidos la había alcanzado a distinguir, lo que quería decir que su vida nunca había estado en peligro en esa correría en la que había perdido otro camarada más, su perro y decenas de vacunos. Pero a pesar de todo ello, él no la había percibido en esa compleja expedición. Es más no la sentía cerca hacía mucho tiempo, pero al caer en cuenta de aquello no supo si alegrarse o preocuparse.

Despertó y supo que su mundo entero había cambiado, no ahora que había decidido quedarse para buscar conque sobrevivir y conseguir sustento para su vasta prole, sino ya hacía unos meses cuando despertó esa madrugada de abril en Huanchacc Pucrán y la vela no quiso prenderse cuando buscó darle un poco de luz a su premonitorio levantarse sin aparente motivo, pensando en su abuela y recordando un sueño borroso donde ella le hacía un adiós con la mano.

Sabía que ella era la piedra angular sobre la que había construido lo que era y gran parte de su vida. Por la forma como lo educó, por la forma como le aconsejaba en cada decisión importante que había tomado, por la complicidad que habían cultivado desde que ella le enseñaba a silbar, a ordeñar a la vaca o lanzar el trompo sin que lo supieran sus primos.

Ella había sido la receptora de las cartas y poemas que Desiderio había escrito desde la prisión y había sabido procesar sorbo a sorbo el dolor del nieto amado al extrañar su tierra, sus amigos y su mujer. Esos mismo escritos que habían superado mil avatares hasta llegar amarillentos y con la tinta corrida por la humedad, hasta la tarde en que él cumpliría los ciento un años y fueran leídos por sus nietos como parte de un homenaje.

Desiderio no comprendía por qué Dios no solo le había quitado a su madre, sino que a los pocos días había lanzado un castigo más contra él al diezmar rápidamente su ganado, a tal punto que había tenido prácticamente que rematar a aquellos que sobrevivieron el largo viaje y enviar el dinero con su padre para que la familia pudiera aguantar hasta que él pudiera conseguir trabajo.

 “Dios proveerá, todo se va a acomodar”, pensaba mientras tomaba una taza de café negro y observaba en silencio el océano inmenso que cuan animal aletargado apenas se meneaba lentamente en la fría y gris mañana de aquel lejano invierno limeño.

Caminaron por el balneario junto al tío José. Ancón tierra de pescadores ubicada a 43 kilómetros desde el centro de Lima había servido desde la época colonial como alternativa al Callao para llegar a Lima, incluso la expedición libertadora de San Martín había anclado allí cuando se aproximaba a la capital peruana.

Como puerto para atender situaciones urgentes también fue usado durante la Guerra del Pacífico. Por ello, su población sufrió el bombardeo del Blanco Encalada chileno el 23 de septiembre de 1880. Otro episodio de aquel dramático conflicto se vivió en este balneario cuando se firmó el Tratado de Ancón, el 20 de octubre de 1883, en el que el Perú se rindió ante Chile y perdió definitivamente Tarapacá y permitió la ocupación de Tacna y Arica.

Ancón logró su apogeo entre comienzos del siglo XX y la década de 1960; sin duda alguna, fue el balneario más exclusivo de Lima ya que personajes como Ricardo Palma, Melitón Porras y Andrés A. Cáceres tuvieron casa o pasaron sus veranos allí. Su famoso Casino fue el lugar de reunión de las familias más encumbradas de Lima y, alguna vez, fue visitado por magnates como Aristóteles Onassis, actores de cine como John Wayne o escritores famosos como Ernest Hemingway.

Sobrino y tío conversaron sin parar, como si una gran familiaridad e intimidad hubiera entre ellos, cuando un par de meses atrás habían estado juntos en los funerales de la mamá Emilia, donde apenas habían cruzado palabras y se habían comportado como dos perfectos extraños, porque en efecto, eso eran en la vida.

El mensaje fue muy claro, que podía quedarse en su casa un tiempo, hasta que consiguiera trabajo como pescador o como mozo en el Casino, o hasta que decidiera regresar a la sierra o en un golpe de audacia tentar al destino adentrándose a las fauces de la gran Lima.

Una semana después, Desiderio aun buscaba en que emplearse hasta que por un nuevo golpe del destino halló una oportunidad dada su experiencia como constructor, ya que en la Plaza Talleri se estaban haciendo trabajos para el ferrocarril que unía el Balneario con Lima y cuyo servicio de trenes y vagones para pasajeros se suspendió en Julio de 1958.

Permaneció en ese oficio hasta el mes de febrero siguiente en que pudo ver el Balneario en todo su esplendor. Veraneantes y turistas colmaban las playas. Las mujeres más bellas que había apreciado en su vida se daban cita a exponer algunas partes descubiertas de sus cuerpos al sol. Otros disfrutaban de unas cervezas cubiertos por coloridas sombrillas y los más afortunados tenían vista desde las terrazas o balcones de los edificios aledaños. La fiebre por la construcción de las moles para viviendas permanecería algunos años más.

Fue también en ese verano que comenzó a notar grandes diferencias entre los lugareños y otros que, como él, a todas luces procedían de otro lugar. Vestían mangas largas, una gota de sudor bajando por la patilla, algunos con los rostros enjutos y otros mostrando una dorada sonrisa forzada, pero todos conllevaban una mirada lacónica por estar lejos del terruño, lejos de los suyos: eran los migrantes.

Durante la década anterior había comenzado un movimiento migratorio del campo a la ciudad, de todas las provincias a Lima, lo que conllevó, además, a la formación de barriadas y pueblos jóvenes, y la aparición o transformación de sujetos marginales y desplazados socialmente.

La gran cantidad de personas que aumentaron la población de la capital también significó la necesidad de realizar más obras como escuelas, hospitales, y viviendas populares para atender la cada vez más creciente demanda de servicios y espacios propios.

El 1 de marzo de 1954, justo cuando el Yatch Club de Ancón cumplía cuatro años de fundación y se apreciaba cierto movimiento por la celebración, Desiderio había llegado muy temprano a la estación del tren que lo llevaría hasta el centro de la capital. Sería la primera vez que vería ese monstruo que además había despertado desde siempre su curiosidad por las continuas lecturas de los diarios que llegaban a sus manos.

La construcción del ferrocarril se inició hacia 1867 como el proyecto que uniría Lima y Huacho. La primera etapa puesta en funcionamiento a comienzos de 1870 fue la sección Lima-Ancón de cuarenta y dos kilómetros. A finales de ese mismo año se inauguró la sección Ancón-Chancay, siguiendo el trazo del peligroso tramo llamado Pasamayo. En Chancay empalmaba con el tren a Huaral y Palpa.  La guerra de 1879 y la naturaleza destruyeron la sección Ancón-Chancay que por los bombardeos de la escuadra chilena y el viento   fue cubierto de arena.

La sección Lima-Ancón, que no fue afectada, quedó a partir de 1890 a cargo de la Peruvian Company como un ramal del ferrocarril Central. En Ancón tenía un desvío hasta Polvorín de siete kilómetros que había sido abierto el año anterior, justo días antes de la llegada de Desiderio.  Estaba unido en Lima al ferrocarril Central mediante un puente, restos de cuyos pilares aún se ven, diagonal sobre el río Rímac que lo conectaba con la estación de Desamparados.

Originalmente, o sea antes de la guerra con Chile, la estación estaba en la margen derecha del Rímac entre las calles Tajamar y Cabezas, a la que se llegaba pasando un puente llamado La Palma desde el jirón Rufino Torrico. La línea seguía casi el trazo de la actual autopista a Ancón.

Aquella cálida mañana Desiderio sin equipaje alguno más que una bolsa negra en la que portaba dos panes con queso, dos mandarinas y una botella de jugo de manzana se embarcó en la estación ferroviaria de Ancón ubicada en la Plaza Talleri. Ya su trabajo había terminado y era hora de buscar nuevas oportunidades en una ciudad más grande que vivía el apogeo de la construcción, y era por allí por donde pensaba que tendría opciones dada su experiencia en el rubro.

Partieron y recorrieron las estaciones de Polvorín, Arenal, Zapallal, Puente Piedra, Tambo Inga, Gallinazo, Collique, Pro, Infantas, Repartición, Fray Martín de Porres, Inca, La Palma, hasta llegar a Desamparados donde le había recomendado quedarse para ir al centro de Lima a buscar trabajo.

La gran mayoría de aquellas estaciones, muchas de las cuales parecían entonces precarias construcciones en medio de extensos arenales, años después se convertirían en distritos o grandes barrios de la capital del país con miles o cientos de miles de habitantes en lo que habría de llamarse el cono norte de Lima.

Durante su trayecto iba leyendo en el diario que un elegante caballero que iba frente a él diversas noticias que le parecían tan extrañas y tan lejanas a su mundo. No había noticias de la muerte de la mamá Emilia, lo que le había roto el corazón y que desde entonces sabía que no volvería a ser el mismo, no había noticias de la peste del ántrax que había derrumbado sus sueños en un abrir y cerrar de ojos, no había noticias de su obligada migración dejando a sus mujeres e hijos… solo noticias raras, hasta que reconoció un nombre que había escuchado hacía muchos años.

Víctor Raúl Haya de la Torre, líder del partido aprista se encontraba asilado en la Embajada de Colombia sin que el gobierno del dictador Odría le otorgara el salvoconducto que le permitiera salir del país, por alegar que era un delincuente común; sin embargo el conflicto diplomático había llegado ya a la Corte Internacional de Justicia de la Haya, y según la información que Desiderio leía con dificultad, se estaba preparando su destierro del país con el soporte de los embajadores de Uruguay y Panamá.

Desiderio no pudo contener un estremecimiento de emoción y evocación de una vida tan lejana de hacía más de una década en la que purgó prisión por algunos meses en Huaraz, donde escucharía por primera vez el nombre de ese prohombre al que llamaban El Jefe. Le parecía increíble que estuviera en la misma ciudad y entonces se hizo la promesa de llegar a la Embajada de Colombia a tratar de verlo.

— No vayan a operarlo al bebe – dijo Desiderio a sus nietos. Apenas apoyado en una de las paredes, había salido de su habitación arrastrando los pies, y sin que nadie lo notara se había desplazado hasta la sala donde se encontraban todos esperando el inicio de la operación del pequeño. – Ya he visto en mis sueños que todo va a arreglarse sin necesidad de médicos, que no lo operen – volvió a decir.

Los nietos se quedaron en silencio mirándose entre ellos sin reaccionar hasta pasados algunos segundos, en que trataron de explicarle la necesidad que la ciencia de la medicina solucione la situación; pero el viejo insistió con toda la energía que le quedaba, a tal punto que lo pusieron al habla con los padres del tataranieto.

Él les habló firmemente convencido de lo que había visto en sus sueños, todo fluiría y la muerte se quedaría estática sin hacer daño al pequeño. Al inicio lo escucharon incrédulos y como cumpliendo el pedido del viejo de que lo escucharan mientras seguían avanzando con el papeleo y en paralelo, enfermeras y técnicos iban preparando todo para iniciar la operación.

Pero a medida que avanzaban los minutos la convicción del anciano hacía que lo comenzaran a pensar. Al final fue como aquella vez que había regresado a Pampas y se había quedado con las hermanas Cordero a expresar sus razones y había obtenido la aceptación de ambas para formar esa familia de doble cama.

Retiraron al niño y se fueron a casa de un familiar a esperar algunas horas más y a pensar de nuevo la decisión que estaban tomando. Se encontraban en una encrucijada al no estar convencidos de la vacilación con que el médico tratante les había hablado y por otro lado el firme convencimiento del anciano que decía haber visto en sueños que todo se acomodaría.

El tiempo pasaba lentamente, tic, tac, tic, tac, se oía el reloj de agujas ubicado en medio de la sala de estar y la angustia crecía, pues el niño por momentos parecía caer lánguido y minutos después explotaba en un llanto incontenible exigiendo que la madre lo cargue por mucho rato.

Por fin, horas más tarde, al cambiarle el pañal y escudriñar con el dedo en la mierda del infante pudieron encontrar el arete de oro que el pequeño Desiderio había devorado el día anterior y que tanta desesperación había causado en las últimas veintidós horas.

Desiderio una vez más le había ganado a la muerte, aunque ahora desde el cuerpo de un Desiderio cien años menor. Continuara…

Fin de la decimotercera entrega
Escrito por David Palacios Valverde

Próxima entrega: jueves 27 de mayo de 2021

    También te puede interesar leer