Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (novena entrega)
Continuamos con la novena entrega del cuento del cuento “Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte”, gracias a la cortesía de su autor David Palacios Valverde
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Novena entrega
La muerte y Desiderio se quedaron mirándose fijamente a los ojos por unos segundos. La seguridad con la que el abuelo enfrentaba esa circunstancia se respaldaba en la ausencia de temor a dar el paso trascendente después de una vida tan completa en la que disfrutó del amor, alegría, tristeza y llanto; sin embargo, pasados breves instantes, una extraña sensación de vacío le generó un fuerte dolor en el pecho y un temor profundo lo invadió en cuerpo y alma enteros.
Quiso retroceder, pero un enigmático magnetismo lo mantuvo firme en su posición, lo que hizo que el temor se convierta en pavor. Intentó gritar, pero fue en vano; era como en aquellas pesadillas en las que sentía que un cuerpo extraño y pesado se posaba sobre su pecho, mientras él, intentaba moverse para librarse de esa carga sin lograrlo, o que creía estar gritando para que lo auxilien, pero sabiendo que nadie lo escuchaba.
“¡Pucha!, creo que ahora sí, la pendeja ya me está llevando” alcanzó a pensar el viejo, sintiendo que se desvanecía en un sopor sedante que relajaba sus músculos y contraía sus párpados sin que pudiera evitarlo.
“Unas horas más quería, carajo. Todavía estoy despidiéndome de los míos… pero ya he sido demasiado audaz en retarla tan descaradamente…”, seguía pensando al tiempo que se perdía en las profundidades de los ojos de la muerte, mientras percibía uno de sus olores favoritos, el olor a tierra mojada, pero esta vez, tenía además una mezcla con alcohol y mierda de cerdo.
“Ya está hecho entonces pues, ya pateó el burro”, seguía pensando como aceptando que había llegado su hora y no había fuerza capaz de evitarlo, cuando de pronto, un haz de luz iluminó la estancia y la claridad fue total cuando se encendió el bombillo eléctrico. Una de sus nietas entraba al cuarto a ver si el abuelo estaba bien, y lo encontró sentado en una silla en medio de la oscuridad con el rostro firme frente al mueble con apoya brazos de madera.
La mujer lanzó un estremecedor grito al ver los ojos lánguidos del viejo que se mantenían con la mirada perdida, pero con dirección concreta frente a él.
La muerte solamente alcanzó a dar un onomatopéyico sonido desde lo más interno de su pecho, pronunciando el nombre de Desiderio con una voz que parecía el mugido de una vaca o el rugir de un puma, mezcladas con la bocina de un camión porta tropas.
Nadie más que el viejo escuchó ese desgarrador grito, aunque muchos años después, la nieta habría de narrar que a ella también le pareció oír el singular ruido, pero lo asoció al terror que el momento le produjo.
Los familiares ingresaron en tropel de manera desesperada a socorrer al abuelo que no reaccionaba a los gritos y zarandeos que desde los brazos y pecho le daban sus hijos y nietos.
Al oír ese grito angustiante y ensordecedor la anatomía de Desiderio había reaccionado haciendo que una espuma verde salga por la boca del anciano y sus esfínteres se dilaten sin control alguno. Un olor a azufre y orines de caballo invadió la pieza. Uno de los hijos ordenó que se cierre la puerta inmediatamente.
…
Santiago Antúnez de Mayolo era hijo de Aija, donde nació el 10 de enero de 1887, cursó su educación escolar en el colegio Nuestra Señora de Guadalupe, centro de estudios en el cual destacó por obtener las más altas calificaciones. Posteriormente, ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, a la facultad de Ciencias Matemáticas.
Años después, tuvo la oportunidad de estudiar en la Universidad de Grenoble (Francia) en la cual se graduó como Ingeniero Electricista y obtuvo los diplomas en Estudios en Química Industrial y Electroquímica.
Posteriormente viajó por varios países de Europa adquiriendo experiencia y nuevos conocimientos. En estos viajes pudo apreciar el adelanto tecnológico de los países del viejo continente y de los Estados Unidos de Norteamérica, en lo referido a su infraestructura, principalmente.
A su regreso al Perú, su trabajo intelectual comenzó a alcanzar las máximas dimensiones. En 1924, presentó su «Hipótesis sobre la constitución de la materia» en el Tercer Congreso Científico Panamericano en Lima, en la cual intuyó la existencia de un «elemento neutro» en la composición del átomo. Ocho años más tarde este hallazgo fue confirmado por el inglés James Chadwick que descubrió el neutrón y obtuvo el Premio Nobel.
El sabio ancashino el año anterior se había recibido como doctor por la Universidad de San Marcos, con la tesis “Teoría cinética de potencial newtoniano”, en la que definió el sistema planetario con hipótesis de avanzada, y, fue reconocido por sus investigaciones en el campo de la luz, la materia y la gravitación.
Realizó uno de sus estudios fundamentales al analizar la fuerza motriz en el Río Santa dando como resultado el diseño de la Central Hidroeléctrica Cañón del Pato y posteriormente diseñó la central generadora de energía de Machu Picchu, posibilitando el funcionamiento de la fábrica de fertilizantes de Cachimayo al lado del gran complejo hidroeléctrico del valle del Mantaro, que lleva su nombre.
Se ocupó asimismo del uso de aguas para la navegación y el regadío: formuló un proyecto para facilitar la navegación por el río Marañón desde el puerto de Nazareth hasta el pongo de Manseriche y diseñó los medios necesarios para la irrigación de la pampa de Olmos, proyectó la desviación de las aguas del Mantaro a fin de generar un millón de kilovatios en el valle del Rímac y nutrir del líquido vital a los valles costeños de Chancay hasta Chincha.
La característica principal de la producción intelectual de Antúnez de Mayolo fue su originalidad. Planteó hipótesis novedosas, abrió nuevas trochas en el conocimiento. Su sabiduría abarcó los campos más diversos: física, matemática, química, arqueología, historia y más.
Cuando Desiderio lo conoció, era ya un cincuentón maduro que había recorrido el mundo, y cuyos ojos habían visto la grandeza y la decadencia de una Europa que iba saliendo de las negativas consecuencias de una gran guerra y nuevamente se enfrascaba en otra conflagración mundial.
Había también tenido la oportunidad de pisar suelo norteamericano, el gigante que se consolidaba como una de las potencias mundiales, que hacía de la producción nacional e infraestructura, el eje sobre el cual basaba su economía y desarrollo del país.
Grandes carreteras, represas, hidroeléctricas, puertos etc., se construían empleando el acero y cemento que se producía en abundancia. En este país había conocido a Lucie Christiana Rynning, quien llegaría a ser su esposa. De este matrimonio nació su hijo Santiago Erik.
En aquellas jornadas preparatorias al inicio del proyecto, se podía ver constantemente al sabio en el local que la Corporación Peruana del Santa, encargada de construir la central hidroeléctrica del Cañón del Pato, había alquilado en la avenida Luzuriaga, cerca al cruce con la avenida Raymondi.
Allí lo veía desenvolverse con naturalidad hablando en inglés con los ingenieros norteamericanos contratados para guiar el proyecto, y minutos después, cuando por gusto propio se dirigía a los trabajadores, lo hacía a veces en un fluido quechua, lengua que había aprendido en sus años aurorales en su natal Huacllán, en Aija.
Si bien no lo conoció de manera personal, Desiderio tuvo la oportunidad de estar cerca de él en algunas ocasiones y escuchar emocionado las mil historias que este sencillo hombre de mundo compartía cada vez que se tomaba una pausa para disfrutar de su “Huaracina”, con plátano y biscocho.
La gaseosa Fénix, conocida como la gaseosa Huaracina, de propiedad de la familia Maguiña, había comenzado a producirse en 1903 y tenía diferentes sabores como fresa, piña, frambuesa, chicha morada, la blanquita y naranja. Esta empresa local había resistido el evento catastrófico del año 1941, y su producto era de los favoritos de los ancashinos.
En esas pausas, disfrutaba de conversaciones con un grupo de hombres que se le acercaban a escuchar sus múltiples historias de los lugares y personas que había conocido en sus viajes por el mundo, sobre la naturaleza y las imponentes obras producidas por el hombre que había podido ver, o sobre las cientos de historias reales o fantásticas que había alcanzado a escuchar.
Contaba, por ejemplo, de un personaje extraordinario que había conocido en Europa, y que sabía a profundidad sobre física, química, mecánica cuántica, electromagnética, y la teoría de la relatividad, la cual, don Santiago, se esforzaba por hacer entender a su improvisado auditorio. Ese hombre era Albert Einstein.
También les hablaba con pasión y emoción de sus visitas a los principales museos de Italia, España, Alemania y Francia, pero sobre todo repetía varias veces su perplejidad cuando estuvo en la Capilla Sixtina y pudo contemplar absorto la obra del pintor Miguel Ángel quien creó una obra de arte sin precedentes que cambiaría el curso del arte occidental.
Mientras hablaba miraba al techo y hacía gestos de señalamiento con las manos, y todos los que lo escuchaban miraban el espacio que el indicaba, como si estuvieran viendo la pintura directamente.
— Los hombres somos seres libres ante Dios. En parte de la pintura se hace una alegoría a la creación del hombre … Dios es representado como un anciano, con barba, envuelto en una alborotada túnica color púrpura, la cual comparte con algunos angelitos. Su brazo izquierdo está alrededor de una figura femenina, normalmente interpretada como Eva – continuaba contando mientras todas las miradas seguían fijas en el techo, haciendo que los hombres explayen al máximo su imaginación – … El brazo derecho de Dios se encuentra estirado, para impartir la chispa de la vida de su propio dedo al dedo de Adán, cuyo brazo izquierdo se encuentra en idéntica posición al de Dios. Ambos dedos están separados por una mínima distancia, pero solo Adán puede moverlo y tocar a Dios, esa decisión está en su libre albedrío… – terminaba diciendo bajando la voz, y los dejaba más absortos aun, con sus pensamientos confusos.
Desiderio se quedaba pensando luego en silencio, imaginando todos esos mundos lejanos, extraños, maravillosos de los que les hablaba el sabio, y un deseo profundo por poder ver personalmente esas magníficas obras humanas lo invadía, pero solo pensar en estar encerrado en un avión largas horas lo aterraba.
Había sufrido en el vuelo que lo llevó a Ecuador, donde descubrió que tenía claustrofobia. Ello aunado al natural temor a estar volando, las maniobras de la aeronave militar, las turbulencias, el impacto del aterrizaje y la sensación de vacío en el despegue, habían hecho que en ese momento se prometa que nunca más se subiría a un avión.
Pero cada vez que veía al doctor Antúnez acercarse a la mesa de madera que usaba para tomar café o beber “la Huaracina”, y los hombres de su entorno lo rodeaban, él se acomodaba metros atrás, para poder escuchar otra historia que haría que su mente se transporte lejos, y aprenda más de lo que había en el mundo, y sus ansias por volar lejos sigan creciendo.
Desiderio tenía un espacio en la oficina de la Corporación Peruana del Santa, porque había sido seleccionado junto a otras tres personas para hacer trabajos de arreglos y mejoras. Si bien no tenía experiencia en ello, el hecho de haberse puesto en primera fila el día que se comenzaba a reclutar obreros para el proyecto había servido para que uno de los capataces lo inscriba y le diga casi sin mirarlo, “mañana a las 7, aquí mismo”.
El capataz Braulio Figueroa, estaba a cargo de las mejoras de la sede, y más adelante estaría a cargo de una brigada de 100 hombres, cuando un total de 1,200 obreros ancashinos comenzaran la construcción de la hidroeléctrica más importante del país, únicamente armados con martillos, cinceles, barretas, picos y lampas. Pasado algún tiempo esta fuerza laboral alcanzó a 2,500 hombres.
Este hombre habría de ser la persona de quien Desiderio aprenda el trabajo duro de la construcción, una férrea disciplina para conseguir los objetivos y sobre todo un humor sarcástico que lo acompañó hasta el final de su existencia.
Si bien había nacido en Huaraz, la mayor parte de su vida la había desarrollado en Recuay, donde incluso había llegado a ser jefe de la Oficina de Telégrafos, pero luego había decidido trabajar en construcción y luego le había tocado formar parte de ese grupo de hombres que cambiarían el curso de la historia del departamento y de la historia de la electricidad en el Perú.
Durante su juventud, había sido un amante del campo y de la crianza de caballos, había tenido vastos campos de maíz y trigo, y el destino correspondió la gran fecundidad de sus tierras con la fecundidad de su mujer, que le había dado una docena de hijos.
Las dos semanas previas al inicio de las obras de perforación de túneles, Braulio Figueroa lo había acogido como un hijo y le había dado la oportunidad sobre otros que también pugnaban por ser de los primeros en la lista. Fue así que Desiderio tuvo la oportunidad de compartir el espacio con los ejecutivos e ingenieros que tenían a su cargo la colosal obra, y con el mismísimo Santiago Antúnez de Mayolo, presente en Huaraz por esos días.
Alguna vez el sabio había posado su mano izquierda sobre el hombro de Desiderio, mientras le entregaba un martillo que el joven licenciado del ejército no alcanzaba; le había mostrado una sonrisa sencilla y honesta, y lo había mirado con esos ojos llenos de vida de quien tiene muchos proyectos en curso, y había continuado su camino sin decirle nada; pero para el pampasino, había sido un momento sublime del cual continuó hablando varios años más.
A 38 kilómetros de Caraz se alza la monumental obra de la década de los años 50, una Central Hidroeléctrica construida en la misma garganta del Cañón del Pato, donde las cordilleras blanca y negra se juntan tanto que pareciera que las dos colosales cadenas montañosas quisieran robarse un beso.
Dicho Cañón es la continuación del Callejón de Huaylas y se extiende por 40 kilómetros, desde el distrito de Mato hasta el caserío Chuquicara, en el distrito de Macate, con una altitud promedio de 1800 metros sobre el nivel del mar.
Allí desplegaron su máximo esfuerzo, bajo la guía de pobladores locales y con la correcta dirección de profesionales extranjeros, principalmente norteamericanos, quienes se quedaban perplejos por las dimensiones extraordinarias de las graníticas paredes. Los gringos decían que esa era una sensación overwhelming and lofty at once (abrumador y sublime a la vez) ya que la garganta del cañón, se cierra hasta llegar a 12 metros de distancia entre sí, y sus paredes superan tranquilamente los 60 metros de altura.
Años antes, haciendo de la crisis una oportunidad, enfrentando los accidentes geográficos, los ancashinos habían logrado otro prodigio de la ingeniería peruana y mundial, al construir 42 túneles entre las rocas, los cuales formaban parte de una línea ferroviaria que uniría Chimbote y Recuay, proyecto que serviría para la explotación minera de la sierra de Ancash y el centro del país.
Según cuentan algunos historiadores, en noviembre de 1864, una ley autorizó al Poder Ejecutivo la construcción del ferrocarril de Chimbote a Huaraz. De conformidad con ella se ejecutarían los estudios, debiendo contener el plano general de la línea levantado a la escala de un centímetro por cada cincuenta metros, el perfil longitudinal, una memoria descriptiva y el presupuesto general de la obra.
Una resolución legislativa de 10 de julio de 1867, dispuso que continuasen los estudios de la línea para llevarla de Chimbote a Recuay. Los planos y perfiles fueron elaborados por el ingeniero José Hindle con el trabajo de campo del ingeniero Esteban Crosby y el costo fue calculado por el ingeniero Ernesto Malinouski.
La adjudicación al privado que lo ejecutaría estuvo plagada de escándalos y de idas y contramarchas, ofertas y contraofertas de los costos totales de ejecución, para al final de cuentas terminar siendo adjudicada al famoso constructor favorito de los gobernantes del siglo XIX en el Perú, el gringo Enrique Meiggs, recién en 1871, siete años después de publicada la norma autoritativa.
Las obras del ferrocarril además de la fuerza laboral de los locales ancashinos contaron también con la participación de peones chinos que habían llegado al Perú años atrás, muchos de ellos engañados con la oferta de mejores trabajos pero que se habían tenido que enganchar en labores de subsistencia o al borde la esclavitud, principalmente en la costa norte.
Las obras avanzaron partiendo desde Chimbote hasta el kilómetro 52, luego de lo cual comenzó a tener retrasos debido a la falta de espalda financiera de Meiggs, siendo su avance desde entonces bastante lento, a tal punto que la guerra con Chile lo sorprendió aun en la costa.
Es conocida la actitud de destrucción de Patricio Lynch al mando de las fuerzas militares chilenas que destruyeron parte de la línea férrea y de las locomotoras, a pesar que los obreros habían tratado de esconderlas. Los chinos habrían sido quienes dieron la información sobre sus ubicaciones.
Pasaron muchos años y la obra fue retomada hacia el año 1902 bajo la conducción de la Peruvian Corporation Ltda., que representaba a los tenedores de bonos ingleses, que habían sido entregados por un necesitado Estado peruano en la post guerra.
En 1924 el ferrocarril llegó hasta un descampado lugar donde nadie vivía. Cuando llegaron los ingenieros ordenaron hacer en aquellas soledades los cobertizos, la maestranza y una ridícula sala de espera con una campana ronca, y le denominaron Huallanca.
Desde entonces y hasta 1970, año en que se produjo el gran sismo, funcionó uniendo las rutas de la sierra y la costa ancashinas, primero con locomotoras Baldwin a vapor y luego las Henschel a diesel.
De regreso a la obra de la hidroeléctrica, allí estaban los cientos de obreros que por turnos ocupaban unos improvisados campamentos en la garganta más profunda del cañón, lugar solitario y tenebroso, sin nada a kilómetros a la redonda más que el desolado Huallanca.
El lugar estaba rodeado de paredes rocosas a doquier que debían ser doblegadas a martillo y cincel, clima seco desértico de áridos y eriazos terrenos, y la caída del agua de una altura de cien metros que producía un ruido ensordecedor, pero que ha sido la fuerza con la que se ha alimentado de electricidad a gran parte del Perú desde hace siete décadas.
Las oscuras noches y los sonidos de la naturaleza generaban temor en los hombres, quienes no alcanzaban a dormir bien. Desiderio en cambio estaba acostumbrado a dormir poco por sus constantes pesadillas desde su nefasta experiencia con el mar de Casma y acrecentada con los recuerdos del aluvión y la guerra.
Solamente Braulio Figueroa los arengaba con firmeza cada vez que la noche y la naturaleza gemían horrorosamente como queriendo expulsar a los extraños de ese espacio hasta entonces inaccesible, único e inexplorado.
— Tranquilos, ¡carajo! … piensen en otra cosa, recen los que saben rezar, duerman los que pueden dormir … piensen que mañana vamos a trabajar duro para ganarle al cerro, y a fin de mes van a cobrar su buena platita…piensen en sus familias, piensen que acá estamos cientos de hombres, nada malo nos puede pasar, además Dios está con nosotros… –
No había respuesta hablada, pero se escuchaba como los peones se reacomodaban en los petates y pellejos, o el “santo, santo, Dios mío…” en susurros, o las botellas de licor circulando o la iluminación intensa de los cigarros al aspirarse, para darse valor.
Durante el día las brigadas trabajaban sin descanso picando las graníticas paredes de los cerros, excavando fosas y haciendo los trazos necesarios para la ejecución de la ingeniería, una vez logradas las condiciones previas necesarias que eran exigidas por los estrictos ingenieros norteamericanos que llegaban a lomo de mula cada mañana provenientes desde Huallanca.
El trabajo era realmente demoledor, desde las 5 de la mañana ya los obreros estaban en pie a la espera de los primeros rayos de luz aurorales, algunos ya seleccionados preparaban los alimentos que eran rápidamente consumidos por un voraz apetito generado no solo por el hambre de inicio del día, sino por la ansiedad incontrolable que invadía a capataces y peones.
Fueron alrededor de tres meses en que la naturaleza iba siendo conquistada paso a paso, ya para entonces eran cerca de 2500 obreros que por turnos se enfrentaban firme y decididamente a la naturaleza, blandiendo las barretas y picos, hasta que las callosidades de las manos se conviertan en moderados sangrados que eran atendidos con un vendaje simple de retazos de tela para poder seguir trabajando al día siguiente.
Alentados por los pagos puntuales en una época en que el trabajo escaseaba y a sabiendas que detrás habían decenas o cientos de hombres queriendo formar parte de la empresa, los valientes trabajadores ancashinos fueron abriéndose paso entre rocas y trochas hasta llegar a un momento en que la parte técnica comenzaba a ejecutarse.
Se requería instalar puentes metálicos, para dar paso a la maquinaria pesada que vendría por partes en el trencito chimbotano y sería armada ya sea en Huallanca o en el propio campamento de obreros; se requería llegar a la parte alta de las paredes rocosas para instalar anclajes para los cables de acero que serían fijados para dar paso al resto de material; se requería hacer trabajos de canalización del agua del Santa para llevarlos a una especie de reservorio para el cual habían abierto un inmenso foso. Pero, aproximadamente a medio año de iniciadas las labores, todo comenzó a ir mal.
Uno a uno los objetivos de la programación semanal de la zona central de operaciones fueron retrasándose y haciéndose difíciles, cuando no, imposibles de cumplir de la forma como estaban planificados.
Se había perdido mucho material, se había perdido muchas horas hombre y no se tenía el avance esperado en las primeras fases de la construcción de la represa, la excavación del desarenador, las perforaciones del túnel principal, los piques y la casa de fuerza de la central.
-La naturaleza está molesta con nosotros, el cerro, la tierra, el rio…no va a ser fácil esto… tenemos que pagarles para que la obra salga bien- se les escuchó decir a varios veteranos obreros.
Se reunían por las noches alrededor del fuego. Tomaban licor, fumaban cigarro Inka y chakchaban coca con cal… murmuraban hasta tarde, discutían en quechua, algunos se iban molestos, hablando solos, caminando largo rato solos, buscando en la oscuridad un espacio para vaciar la vejiga o evacuar el estómago. Luego regresaban incluso más molestos y hasta se habían visto algunas peleas a puño limpio y torso desnudo, que eran cortadas precozmente por los capataces.
El clima negativo en el trabajo se acrecentaba cada vez más. Había desánimo y bronca porque no se avanzaba a pesar que la fuerza humana estaba en todo su apogeo con 2486 obreros entre ancashinos, trujillanos y huanuqueños, hijos de las regiones vecinas.
Por fin Braulio Figueroa y otros capataces fueron a hablar con los ingenieros a cargo de la obra, algunos extranjeros y algunos peruanos. Los capataces servían de transmisores e intérpretes del pensamiento y costumbres de toda esa masa de hombres, algunos de ellos con gran experiencia en obras, pero nada comparable con el coloso que estaban construyendo.
– Queremos decirles algo, ingeniero, los hombres están muy nerviosos, mucho silencio hay – comenzaron diciendo – hay mucho malestar porque las obras no avanzan y lo que se hace en el día se desmorona por la noche – continuaron – hay un grupo que está diciendo que esto no va a avanzar si no se le hace un pago al cerro – finalizaron.
— Los jefes ya encontraron la solución al problema. Lo que pasa es que estamos poniendo muy poco cemento en la mezcla, y muy poca piedra, ahora que ya hay máquina vamos a poner más en la parte alta- respondió un joven ingeniero que había salido a recibirlos y los había tratado con displicencia.
— No va a servir, inge, no es cosa de más piedra, más cemento, más maquinaria… ustedes tienen que sabernos entender, hay cosas que van más allá de lo que ustedes comprenden…hágannos caso, ustedes no conocen…- insistieron, pero se quedaron rumiando la rabia de sentirse ignorados, cuando el ingeniero limeño les cerró la puerta.
…
Cuando el doctor Vera llegó a revisar a Desiderio, ya lo peor había pasado, y ahora salvo el olor a podredumbre que se respiraba en el cuarto no había otro rezago de esos desesperantes minutos en que la familia entera creyó que el anciano había pasado a mejor vida.
Lo habían cargado hasta su cama donde luego lo habían limpiado como a un niño que ha ensuciado el pañal. Algunos de los presentes estuvieron muy serenos, como dando por sentado que había llegado la hora de bajar el telón de una vida entera, y que al final de cuentas era para lo que se habían reunido, convocados expresamente por el viejo Desiderio.
Otras, en cambio, lloraban desesperadamente, y salieron corriendo en busca de un médico al ver que aún quedaba un hálito de vida expresada en la luz del fondo del ojo. A los pocos minutos cuando le ponían ropa limpia había expulsado un vómito negro hediondo después de haber inhalado profundo y haber tosido con fuerza, luego para sorpresa de los presente sus signos vitales comenzaron a estabilizarse… los hijos y nietos llenos de algarabía se abrazaban y no faltó alguno que se pusiera de rodillas con las palmas juntas dirigidas hacia el cielo.
Después, limpiaron y rociaron un sinnúmero de perfumes y productos en aerosol, echaron ajos molidos, abrieron ventanas y puertas hasta que se convencieron que el penetrante olor a muerto descompuesto no se iría más de la habitación, hicieran lo que hicieran.
Se quedaron unos pocos a la espera de la llegada del doctor Alfredo Vera que hacía ya un par de décadas se había convertido en el médico de Desiderio. El médico le había dicho a la familia semanas antes de aquella reunión, que, si el viejo se moría, era porque le daba la gana.
— ¿Cómo está don Desiderio?, ¿qué ha pasado, que me han sacado casi a rastras de mi casa? – le dijo con su estruendosa voz apenas hubo cruzado el umbral de la puerta, con su porte de oso de cerca de metro noventa de estatura. Saludó con un fuerte apretón de manos a los hijos mayores que estaban rodeando la cama del geronto.
El viejo respondió solamente con una leve sonrisa.
— A ver, vamos a revisarlo – continuó el médico al tiempo que abría su maletín marrón y sacaba un estetoscopio y comenzaba a auscultarle, mientras daba las instrucciones – respire profundo… trate de toser… diga treinta y tres…- Luego le revisó las pupilas, le tomó el pulso, le puso el termómetro y el pulsioxímetro. Todo eso duró aproximadamente cinco minutos, tiempo en el cual todos los presentes se mantuvieron en sepulcral silencio.
– Ahora sí, cuéntenme- dijo dirigiéndose los familiares, que recién entonces hablaron contando con lujo de detalles lo sucedido. Desiderio se mantenía callado y expectante.
— Otra vez don Desiderio me va a seguir sorprendiendo. Este hombre está más sano que varios de ustedes- les dijo dirigiéndose a los hijos mayores que también eran sus pacientes. No sé qué puede haber pasado, pero de lo que he visto, si Desiderio quiere va a enterrarnos a varios de nosotros… le voy a mandar a hacer estos análisis… – continuó diciendo mientras anotaba en un recetario – pero como ya ha pasado antes, seguramente vamos a encontrar solamente achaques propios de su edad- concluyó al tiempo que se quitaba los anteojos y los colocaba en el bolsillo delantero de su impecable saco blanco.
— Me voy don Desiderio- dijo despidiéndose.
El anciano le correspondió entonces con una amplia sonrisa, y esta vez más repuesto habló algo agitado:
—Gracias docto, mis hijos dicen que me he muerto, pero como todavía tengo mis pendientes por acá, no le he dado gusto a la malvada… si me he muerto habrá sido un ratito no más- y luego rio de buena gana, carcajada que terminó con una ligera tos seca.
El médico se marchó acompañado por una de las nietas de Desiderio. Cuando abrieron la puerta y anunciaron que el viejo estaba bien, una gran explosión de júbilo y algarabía se dejó escuchar fuera de la pieza, y se reiniciaron las celebraciones con música y trago, porque había que aplaudir que el abuelo le había ganado una vez más a la muerte.
Fin de la novena entrega
Escrito por David Palacios Valverde
Próxima entrega: jueves 04 de marzo de 2021