Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (decimoquinta entrega)

 Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (decimoquinta entrega)

Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte (decimoquinta entrega)

Continuamos con la decimoquinta entrega del cuento del cuento “Desiderio, el hombre que se cansó de burlar a la muerte”, gracias a la cortesía de su autor David Palacios Valverde

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DECIMOQUINTA ENTREGA

Aquel día de verano de 1954, Desiderio siguió la corta fila de personas que salían de la estación y luego de caminar unos pocos minutos, saldría de pronto a la majestuosa Plaza de Armas de Lima, una maravilla arquitectónica que dejó absorto al joven provinciano.

                 Nunca en su vida había estado en una ciudad tan grande, antigua y llena de un aroma a historia y misterio. Su mente inmediatamente evocó aquellas historias fantásticas que había oído narrar al sabio Antúnez de Mayolo, sobre grandes monumentos que evocaban hechos heroicos o la inmensidad de las construcciones como una afirmación de la grandeza de las culturas.

                 Caminó sin rumbo, quedándose de pie mirando la catedral, el Palacio de Gobierno, la pileta de la adoquinada plaza, y los balcones que la rodeaban adornados de madera trabajada al detalle por los más eximios ebanistas y artesanos de la época.

                 La Plaza de armas había sido recientemente remozada, ya que desde 1940 había sufrido una serie de transformaciones que había implicado la demolición de los portales de Botoneros y Escribanos, que habían sido erigidos en piedra hacia 1692 y de los balcones que ellos sostenían desde 1858, en lo que había significado la destrucción de una arquitectura colonial para erigir sobre sus escombros algo que la evoque, aunque con aspecto neoclásico.

                 Desiderio pasó algunas horas deambulando, absorto y boquiabierto por la magnífica Ciudad de los Reyes, ni en sus pensamientos más remotos habría logrado imaginar una ciudad tan bella y ordenada con parejas que paseaban tomados del brazo por el Jirón de la Unión o el pasaje Olaya. Allí también, se podían apreciar grupos de mujeres vestidas con faldas de vivos colores que les llegaban hasta las pantorrillas.

                 De pronto un tranvía atravesando en Jirón Junín lo sorprendió, causando la risa de sus pasajeros, y haciéndolo desplazarse rápidamente hasta las rejas del Palacio de Pizarro donde pudo apreciar a la guardia de honor vestidos con chaqueta blanca, pantalones rojos, altas botas negras y unos extraños cascos que le hicieron recordar aquellos que se les colocaba a las efigies de los soldados judíos durante la procesión de viernes santo en Huaraz.

            Desorientado, continuó su camino hacia el rio Rímac, cruzó el puente Trujillo, y sin proponérselo estaba en la ruta que el tío José le había dicho debía llegar preguntando, pues su siguiente destino era buscar una dirección cercana a la Alameda de los Descalzos en el distrito del Rímac.

                        Con el pedazo de papel bien apretado en el puño izquierdo preguntando aquí, intuyendo allá y perdiéndose más acá, por fin llegó a una pequeña casita dentro de una quinta, en la que el tío Rubén había dejado semillas y después el primo Pompeyo se había refugiado en su paso a Quillabamba huyendo del fusil Mauser del padre de una adolescente embarazada. Desiderio tenía un familiar en la gran Lima, que le abriría las puertas para tener un refugio en esta nueva aventura que emprendía.

                        El primo lejano lo recibió con tanto o más cariño y respeto que los familiares y amigos más cercanos. Era algo mayor que él, y parecía que era un hombre ordenado y de vida tranquila, sin embargo, guardaba varios secretos que poco a poco fueron saliendo a la luz.

                        Le sirvieron una modesta pero opípara comida y sin esperar pedido alguno, le dijeron que le harían un espacio para que pueda permanecer en la casa, hasta que se acomode. Desiderio no tenía nada más que la ropa que llevaba puesta, ya que el fiambre ya había sido consumido. Si bien guardaba algunos billetes producto del pago de su trabajo, ese dinero habría resultado insuficiente para establecerse. Fue entonces que comprendió la importancia de tener un sitio al cual llegar y establecer su base cuando uno no está en su tierra.

                        La casita del primo era muy modesta, y comprendía apenas dos ambientes: un baño, y un espacio que era la habitación de la familia, la sala, comedor, cocina, y ahora también el espacio en el que él pasaría sus noches en un viejo sillón de tela, apenas separado de la cama de la pareja por una cortina de plástico.

                        -Pucha, unos años y unos kilos menos, y te volvía jinete en el hipódromo- le dijo el primo contemplando la extrema delgadez del visitante.

                        Alejandro Alegre Mori, hijo del tío Rubén, primo de Adrián era la viva imagen del primo Columbo: colorado, menudo y de ánimo alegre y bonachón; tal vez tenían algunos años más, pero su espíritu jovial hacía que pareciera incluso menor, aunado a la circunstancia que había sido padre por primera vez el año anterior.

                        Trabajaba en la fábrica de la cerveza Cristal, a donde cada mañana, antes que salga el sol, se dirigía caminando dada la cercanía de la planta productora en la cuadra 5 del Jr. Chiclayo. El mismo año en que Desiderio llegara a casa de Alejandro, se producía un hecho histórico respecto a la fábrica cervecera, ya que por primera vez pasaba a ser propiedad de peruanos debido a la adquisición de la misma por Ricardo Bentín Mujica.

                        Desiderio salía tan temprano como el primo a buscar trabajo, pero el hecho de no conocer la ciudad y sus formas de desplazamiento y las múltiples atracciones urbanas hacían que el tiempo pase muy rápido y apenas pueda regresar antes que oscurezca.

                        Le gustaba mucho el centro de Lima. Había ido varias veces y había caminado por el Jirón de la Unión hasta la Plaza San Martín, la cual le había gustado aún más que la propia Plaza de Armas, ya sea por el monumento al Libertador o la presencia imponente del Hotel Bolívar. En su camino apreciaba las tiendas comerciales y los avisos de marcas como Nirvana, Borel, Crush, gas Esso, Pastillas del Dr. Andreu, etc.

                        Sin embargo; lo que más le llamó la atención fueron las fachadas de los cines Metro y Colón, y las tardes en las que elegantes damas y caballeros correctamente vestidos hacían largas filas para ingresar a ver las películas de estreno de la época. Eran sin duda el punto de reunión de la clase aristocrática Limeña donde desarrollaban su dinámica social que consistía en ver y ser vistos.

                        Fue precisamente en una de esas visitas al centro de Lima en que Desiderio encontró su primer empleo, el que solo habría de durarle ciento un días. Le había caído en gracia al propietario de una cafetería que siempre lo veía dibujar la arquitectura de la capital con un carboncillo que le había regalado su primo. Así que se convirtió en mozo que servía café, helados y postres a cambio de un salario que le permitió contribuir a la casa donde vivía, e ir hasta Ancón para encargarle a su tío hacer llegar esa platita a su familia en Pampas.

                        Guardó algo de dinero para poder concretar su anhelo del momento e ingresar al cine Colón. Situado en la Plaza San Martín en la esquina del Jirón de La Unión y el Jirón Quilca, este había sido inaugurado en enero de 1914 como teatro, pero tiempo después era uno de los principales cines de la ciudad. Tenía un aforo para 940 personas, ya que había 305 escaños en el nivel de la platea, 217 en el balcón, 400 en la galería y en las casillas 18 a nivel balcón. El auditorio era largo y no muy ancho y estaba decorado con franjas horizontales, que se dividían por columnas corintias.

                        Cuando llegó la ansiada noche y para no estar fuera de los cánones, se vistió con las mejores galas prestadas por el primo Alejandro, que fueron adecuadas a su entalle con grapas de metal y puntadas de última hora.  Llegó sudando por los nervios de esta primera experiencia y también producto de la larga caminata desde el Rímac hasta la Plaza San Martín.

                        Temeroso y nervioso se guiaba de los otros espectadores, sin dejar de ver la inmensa pantalla que había aparecido frente a él. La película que se proyectaba era El manto sagrado, producción de la gigantesca empresa norteamericana Fox que obtuviera grandes premios por las magníficas actuaciones de Richard Burton y Jean Simmons, su excelente dirección artística y diseño de vestuario.

                        Durante varios días tuvo en su mente las imágenes y lo sonidos de la película y se preguntaba cómo era posible que rostros, acciones, gritos, y animales podían aparecer y desaparecer en el tiempo y espacio. “¿Qué mierda más irá a inventar el ser humano? No vamos a parar hasta crear nuestra propia desgracia” se decía al no encontrar ninguna respuesta lógica.

                        Pero más aún, sus noches volvieron a ser de desvelos y malos recuerdos, ya que, de manera inexplicable, estaba seguro de haber visto a la muerte en la película que había espectado, justo tal y como la recordaba desde la primera vez que tuvo plena seguridad que se trataba de ella, de la pendeja, como le decía ya hace varios años y que por algún tiempo había dejado de atormentarlo.

                        Mientras todo ello ocurría, en Pampas las cosas iban tornando un cariz de pena y desolación. La peste del carbunco no solo había desaparecido el emprendimiento lechero que ya daba empleo directo e indirecto a jóvenes y adultos del pueblo y de estancias y caseríos cercanos, sino los sueños y esperanzas de una generación que veía en esta empresa la oportunidad para salir de una economía de subsistencia, guiados por la visión y el liderazgo de Desiderio.

                        Él sabía que eso estaba pasando y en sus noches y madrugadas de reflexión e insomnio causadas por el llanto de pequeño hijo de su primo detrás de la cortina que dividía su espacio del de la familia que lo cobijaba, solo alcanzaba a decirse a sí mismo “… y yo, sirviendo helados en la Lima…” y luego dejaba que el doloroso nudo que llevaba en la garganta se desatara y corrieran torrenteras de líquido salado por sus sienes hasta humedecer los cabellos de su nuca.

                        Adicionalmente, para terminar de rematar la crítica situación había comenzado una seguidilla de robos, desde cuyes y gallinas famélicas, el escaso grano de trigo o cebada que aún se conservaba en las collcas, las mazorcas colgadas en los pasadizos, y hasta ropa recién remendada desaparecían las casas durante la noche.

                        Poco a poco las cosas se fueron poniendo más preocupantes, pues lo que había comenzado como palomilladas de adolescentes se había transformado en ingresos violentos a las casas rompiendo las aldabas e incluso envenenando a una docena de perros, y en una ocasión al verse descubiertos le habían dado una golpiza a un anciano que no logró reconocer a los dos hombres a quienes encontró en medio de la noche en su zaguán saliendo con la carga producto del hurto.

                        Desde entonces el clima de tensión se había acentuado en el pequeño pueblo. Sus habitantes desconfiaban entre sí. Nunca había ocurrido algo similar desde la época en que, secreto a voces, Adrián Alegre había perdido su oro escondido en su chacra de Chimpi, y que nunca se supo a ciencia cierta si había sido un extraño o alguien de su propia familia, que conocía tamaño secreto quien había perpetrado el robo.

                        Lo cierto era que alguien de entre ellos, empujado por la necesidad o echando a andar una vieja y escondida mala costumbre ahora era motivo de desvelos. Los más viejos habían desempolvado sus viejos Mauser o Chasepot, y los más jóvenes se organizaban para hacer rondas nocturnas en las que se iban descubriendo muchos secretos que habían permanecido guardados desde la guerra con Chile.

                        El padre Antonio Guimaray desde el púlpito cada domingo o durante la semana donde encontraba tribuna lanzaba furibundos llamados de atención para que en el pueblo se recupere la moral que se estaba perdiendo desde la muerte de la mamá Emilia. Si bien no decía nombres, las circunstancias eran bien conocidas por todos a las pocas horas de descubierto el hecho por las patrullas nocturnas, cuyos integrantes no podían preservar los secretos a pesar de la promesa que hacían cada mañana antes de despedirse.

                        “Los varones son más chismosos que las mujeres” decía el cura molesto cada vez que las noticias se esparcían sin control de boca en boca.

                         Le molestaba que ahora gran cantidad de personas conocieran lo que él llegaba a conocer como secretos de confesión, pero lo que en realidad le sacaba de sus casillas era enterarse de pecadillos que no habían sido revelados en el confesionario, y que muchas veces tenían como protagonistas a inimaginables “hombres y mujeres de bien”.

                        A Desiderio le llegaban las noticias cada fin de mes en que iba hasta Ancón o cuando el tío José lo visitaba en la cafetería en la que trabajaba, le pedía una taza de café- que no pagaba- y la bebía lentamente sin añadirle azúcar, mientras el mozo familiar se acercaba constantemente a conversar disimulando que lo estaba atendiendo, como si fuera un cliente más.

                        Al inicio le había caído en gracia que se fueran descubriendo aquellas historias ocultas o reía de buena gana al saber que se habían llevado pijamas y calzoncillos largos de algunas familias o que debido a la fiebre de robos quienes creían haber perdido su ganado, respiraban aliviados cuando las ovejas reaparecían después de unas horas de haber estado pastando fuera de su lugar habitual.

                        Pero su inicial indiferencia y burla cambió cuando una tarde llegó la noticia que habían intentado ingresar a la casa donde vivían sus mujeres e hijos, pero que habían emprendido la huida al encontrar un ejército de jóvenes, adolescentes y niños todos varones que salieron a defender a sus madres y su propiedad. “Alguien que no sabe que allí viven mis nueve hijos varones, no es de Pampas”, concluyó Desiderio.

                        Ese era el mismo sentir en varios pobladores que comenzaron a ver con sospecha a la familia Cáceres, cuyo hijo mayor, descendiente del occiso Zenón Cáceres, cuya muerte había desencadenado la salida de Desiderio de Pampas, había llevado a vivir a su chacra a una persona de la costa al que llamaban “el Chilca”, por ser oriundo de dicho pueblo del sur de Lima.

                        A pesar de ello, Desiderio no tenía cabeza para los asuntos de su lejana tierra, puesto a que, sin darse cuenta, en pocas semanas se había convertido en parte importante de una conspiración para derrocar al dictador Odría.

                        Manuel Arturo Odría Amoretti, era un militar nacido en Tarma que había hecho una destacada carrera militar que lo llevaría a ser Jefe del Estado Mayor durante la Guerra con el Ecuador. Posteriormente, fue  Ministro de Gobierno y Policía del gobierno de José Luis Bustamante y Rivero, a quien destituyó en 1948, asumiendo entonces el control absoluto del gobierno, y reprimió duramente a los opositores, especialmente apristas y comunistas.

                        En octubre de 1948 el ejercito liderado por  Odría había dado un golpe de Estado al gobierno democrático de José Luis Bustamante y Ribero, lo que significó para el Perú  el regreso al militarismo, las políticas económicas liberales, la represión y persecución a los líderes políticos de oposición, y un populismo manipulador sobre las clases populares urbanas.

                        “Milico traidor” decía Desiderio cuando escuchaba al primo Alejandro contarle sobre el levantamiento en Arequipa. Es que a pesar de ser un veterano de batalla y haber tenido la figura de Odría como su General guía en la guerra, una de las cosas que más detestaba en la vida era la traición. Entonces se le revolvía el estómago al saber que el golpe se había gestado porque el Presidente Bustamante no había seguido las recomendaciones de Odría de proscribir al Apra.

                        El levantamiento de Arequipa había recibido el respaldo de la guarnición de Lima liderada por Zenón Noriega que años más tarde también sería traicionado por Odría que lo encarceló y expulsó del país, acusándolo falsamente.

                        En 1950 se habían llevado a cabo unas elecciones de pantomima en la que no pudieron participar los partidos proscritos y se eliminó a algún candidato que quiso enfrentar al dictador que de manera calculada había dejado el poder por unas semanas, para obtener el resultado oficial de la totalidad de votos a su favor. Tamaña farsa.

                        Desiderio comenzó a asistir a algunas reuniones secretas con su primo, que a la sazón era el Secretario de Organización del “Sindicato de Obreros de la Industria Cervecera y Tabacalera” que pertenecía a la Central de Trabajadores del Perú.

                        Se juntaban por las noches de jueves en una casa que años después luciría orgullosa un letrero que la identificaba como la sede del Sector 25-A del Rímac. Siempre tomaban las máximas medidas de seguridad para evitar o despistar a los esbirros del gobierno que siempre andaban al acecho.

                        Fue por esa época que el tío José había llegado a la cafetería donde trabajaba Desiderio a contarle que había conmoción en Pampas porque estaban desapareciendo de las casas algunas gallinas y calzones.

                        -El país no está para esas pendejadas tío. Otros vientos van a soplar y hay que estar preparados- dijo Desiderio mientras limpiaba la mesa con un trapo amarillo y miraba la plaza San Martín recientemente iluminada.

                         Después salió del local y prendió un cigarrillo, aspiró profundo y decidió dar una caminata pensando en lo que su presente y su futuro le estaban deparando. Por fin estaba en el circuito en el que sus acciones podían significar algo importante para el país. Continuara…

Fin de la decimoquinta entrega
Escrito por David Palacios Valverde

Próxima entrega: jueves 19 de agosto de 2021

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